Era triste y cómico al mismo tiempo. Leía sentado en una silla de playa, levantaba la cabeza y al rato, tras observar con impaciencia todo lo que acontecía en la playa, volvía la vista al inusitado libro. Suspiraba con impaciencia como quien busca algo que no existe con una mezcla de humillación y aburrimiento sobre sí mismo; creyendo que el secreto del cementerio de los libros olvidados podría estar en cualquier sitio menos en ese libro. Apenas leía con desatino, como un insulto a la librería de Sempere y al viejo negocio del sombrerero. Respiraba hondo y suspiraba y en esa respiración profunda y entrecortada se podía comprobar que su lectura era causa de la desidia y la desesperación. La forma de matar el tiempo de vacaciones durante su estancia estival en Benidorm.
Finalmente cerró el libro, suspiró de nuevo con agradable vacío y se puso a hablar con el móvil. ¡Eso si que era matar el tiempo de vacaciones! Hubiese sido mucho más gratificante que el no-lector; tomase una cerveza y una lata de berberechos y para degustarlos mirando al mar, antes que profanar la última novela de Carlos Ruiz Zafón. Pero así es este mundo escuálido y desbaratado que formamos todos. Me produjo una insondable tristeza ser partícipe de la deplorable y sórdida lectura de ese hombre, aunque por suerte, luego eché un vistazo por la playa levantina y atisbé a una portuguesa que no levantaba la cabeza de su libro. Por la portada, intuí que sería una novela policíaca en cuya trama intervendría algún crimen pasional, entramado a modo de sustentar el argumento. La chica portuguesa llevaba leyendo toda la mañana.
Entonces comprendí la sutil diferencia entre mirar con impaciencia y desesperación las páginas de un libro o por el contrario, adentrarse en la historia que el autor pretende transmitir en las mágicas galerías de las palabras a través de los vagones del alma.
Finalmente cerró el libro, suspiró de nuevo con agradable vacío y se puso a hablar con el móvil. ¡Eso si que era matar el tiempo de vacaciones! Hubiese sido mucho más gratificante que el no-lector; tomase una cerveza y una lata de berberechos y para degustarlos mirando al mar, antes que profanar la última novela de Carlos Ruiz Zafón. Pero así es este mundo escuálido y desbaratado que formamos todos. Me produjo una insondable tristeza ser partícipe de la deplorable y sórdida lectura de ese hombre, aunque por suerte, luego eché un vistazo por la playa levantina y atisbé a una portuguesa que no levantaba la cabeza de su libro. Por la portada, intuí que sería una novela policíaca en cuya trama intervendría algún crimen pasional, entramado a modo de sustentar el argumento. La chica portuguesa llevaba leyendo toda la mañana.
Entonces comprendí la sutil diferencia entre mirar con impaciencia y desesperación las páginas de un libro o por el contrario, adentrarse en la historia que el autor pretende transmitir en las mágicas galerías de las palabras a través de los vagones del alma.
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