viernes, 26 de diciembre de 2008

Navidad de personaje ficticio





Es Navidad y lo noto en las calles, en la gente, en los niños. Las calles revestidas de ensueño –de lujo a veces- , de luces y de color. La gente ajetreada, revulsiva de un lado a otro, siempre a contra pie, descarriada, pero nada de eso importa porque es Navidad. También lo noto en los niños que viven llenos de ilusiones, en un mundo fantasioso donde nada es real y a veces eso me pone triste. Tanta ilusión, tantos sueños, tanta magia. Pues tan sólo es eso: ilusión, sueños y magia.
El cielo sigue azul en las mañanas, azul cobalto y muchas veces me paro a pensar en qué me parezco yo a esos colores que irradia el cielo. Quizá eso tampoco importe porque estamos en Navidad. Hay villancicos. Mucha comida y reuniones familiares. Pero yo sigo mirando al cielo y sus colores y sigo pensando cómo sería una navidad sin luces, sin sueños y sin ilusión. Quisiera inventar un personaje ficticio que viviese ese tipo de navidad. Esa navidad desbaratada y extraviada del resto. Me gustaría dar vida a alguien que pensara así. Me gustaría ser capaz de hacer eco de la invención y perfilar a ese mágico ser que mira el mundo con otros ojos, no con los ojos convencionales que muestra la gente en general. Tal vez trate de crear a ese personaje. Sería realmente maravilloso sondar en la psicología interna de ese ser, de ese ente que carece de sueños, que carece de ilusión por la Navidad.
Trato de imaginar cómo sería ese ser y lo imagino triste y cansado. No sé si sería hombre o mujer, pero tal vez fuera una fémina de ojos enormes y pelo negro azabache. De ojos muy grandes y abiertos que pareciera que se le salen de sus órbitas. Sus pestañas serían también muy negras, un negro plomizo y muy brillante a la luz. Toda ella sería un espejo incandescente de resplandores melódicos. Me gustaría pintar con ceras de colores a ese ser y crear un dibujo para imaginar por un momento todos sus rasgos. Sería maravilloso soñar y hablar con ese ser, con esa niña de ojos enormes y pelo muy negro. Sin embargo, me conformo con salir a la calle y mirar al cielo y escuchar la “Sonata Claro de Luna” de Beethoven y emocionarme un poco igual que se emocionan los niños con sus regalos. Me conformo con la simple compañía de la luna en estas noches tan frías de invierno. Me conformo con la inconformidad, con un país mágico de sueños renovados ausente a todo lo demás. Y también me conformo con volar un poco buscando nuevas formas de vivir, las formas de vivir que tendría mi personaje inventado, esa niña a la que posiblemente llamaría Ariadna. Tejedora de sueños e ilusiones aunque siempre de pensamientos tristes pero reconfortantes. Tejedora de nuevas historias enredadas en hilos ariádnicos.
Posiblemente también creara un nuevo paraíso edénico, un nuevo jardín idílico, un nuevo “locus” para mi queridísima Ariadna. Sería un lugar alejado y bellísimo, muy parecido al ya nombrado “Lugar más bello del mundo”.Pero mientras tanto es Navidad y Ariadna no existe sino en mi imaginación. Es Navidad para la gente, pero para el ser de imaginación no.
La maravillosa Sonata de Beethoven sigue perforando mis oídos con una melodiosa armonía. Continúa el gentío en las calles y los niños llenos de ilusión y yo continúo escribiendo aunque me gustaría quizá llegar a algún nuevo lugar y descubrir que hay más vida detrás de todo lo impuesto. Sueño y me hundo casi en la utopía de que detrás de las calles hay un nuevo paraíso, por supuesto que perdido porque no existen más paraísos que los perdidos. Estoy convencida de que mientras escucho la música vuelvo a vivir y aunque la Navidad me produzca tristeza a veces aprendo a sonreír. En la vida todo es un aprendizaje constante aunque a veces también desaprendemos. Me gustaría desaprender la Navidad, me gustaría desaprender la guerra, y los miedos, y el odio. Pero supongo que mientras tanto me conformo con estas líneas y me conformo además con crear algún día en un tiempo venidero a ese ser mágico que sea capaz de ser por mí y de yo ser por él. Ese ser que como en la fotografía, camina sola entre las calles nevadas, entre las luces y las farolas que afirman que ya ha llegado la Navidad.
Por ahora esto desaprendiendo de la tristeza y aprendiendo que quizá haya algo que mueva este “Rayo que no cesa”, esta llama que me quema y abraza cual lumbre encendida que serpentea a llamaradas furiosas y muy noctívagas. Muy noctívagas como el cielo y la luna que contemplo cada noche, pensando y pensando cómo llegar a aquel lugar, cómo llegar a ser un ángel furioso capaz de volar en un cielo que sueña por desaprender la Navidad.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Náusea alucinógena / Delirium tremens










Cuando hace frío en las calles,
cuando el sol es mudo y triste
cuando hay nanas y canciones,
es entonces cuando aprendo que
hemos matado la existencia,
como el lamento de un piano
partido en dos en un acorde
y la nostalgia, llora en cenizas
la última voz de la esperanza,
el final de una lágrima
precedida de un cielo de nocturnos,
todo se parece un poco
a una primavera congelada
donde las dulces sombras
tanto han llorando, heridas intentando
adorar la voz de un niño,
un cielo ahogado pidiendo a gritos una mano,
llorando alborotado,
llega al niño su canción,
la tenue melodía en el silencio
de ese grito enajenado que es la vida.



Y mientras tanto,
me resigno un poco más a esta tristeza.
Hace frío en las calles,
mueren niños en Zambia,
lloramos por el dolor de muelas,
sentimos cáncer de alegría,
es otoño y ha llovido,
ha llovido tanto que las calles
están mojadas.
Hay ceniza en los árboles,
hay vacío en las almas,
hay tarjetas de crédito
y comida basura, y todo sonríen
y se saludan en el trabajo,
y yo voy masticando azufre
en un cielo pretérito
donde el sol es oscuro
y las lágrimas,
las lágrimas golosinas de colores
y hay petróleo y oficinas,
y empresarios de chaqueta
y nostalgia en los bares
de este mundo de baldosas
donde hemos perdido el rumbo.

Y la gente no conoce a Neruda,
y el vals es en compás de 4/4,
y la tierra está seca y marchita.
y caminando en las sombras
hay lugares muy bellos
aunque Dios es pequeño
y nos ha abandonado,
y creemos en la moda
en el jazz y en los Beatles,
porque todo es azul
entre almas de cobre
que juegan a volar entre sueños de tiza.


Es como decir:

“dale a los sueños la vida
y los mismos sueños te acabarán
matando”.


Es el acto intermitente que articula
el rugir de las sombras en invierno.

Es una náusea disfrazada
de regalos que reafirman cuánto
y cuánto hemos perdido en el tiempo.


Seguimos vivos en este mundo
de cadáveres aunque en las calles
haya luces de colores.


Bebemos vodka mientras Dios
no nos escucha y todo es frío.


El agua deshace las farolas.
Agua de un llanto continuo.
Es el agua de nuestro llanto.


(Respirar es poco a veces, tal vez
volar
soñar
amar…)



Pero es navidad.
Irremediablemente navidad.




lunes, 15 de diciembre de 2008

El lugar más bello del mundo





Los días son muy tristes en octubre, hace un calor menguado por la brisa de las cumbres y es precioso sentarse frente a un lago y contemplar a lo lejos un cielo de escarcha barriendo el hastío de las tardes. Es estremecedor atisbar la cortina de lluvia que se refleja en las sombras. Porque octubre es sombrío y bello, mágico como el sonido del piano, como el ronco lamento del violonchelo.
En octubre hay una tristeza peculiar, es un tiempo arraigado en lo pretérito pero que no consigue saborear las sensaciones presentes.
En octubre, revolotean en mi cabeza, las emociones que llevo esperando todo el año, como una profecía que se cumple justo en ese mes. Es un legado en donde no cabe sino la realización de los sueños e inquietudes que de algún modo, me han acompañado durante mucho tiempo.

Y mientras tanto, yo pensaba mucho en eso. Pensaba en Octubre, pensaba en la lluvia, en las flores marchitas, en el color de las almas, en el sabor de la tristeza, en el despertar de los sueños… Pensaba en todo eso cuando me dijeron que a Berta le gustaba el mes de octubre. El sabor del rocío, las flores deshojadas por el tiempo, el vapor humedecido de la lluvia, y los chopos lejanos.
A Berta le gustaba o al menos eso me dijeron en clase cuando pregunté por aquella chica. Aquella chica que me inquietaba de una forma sobrenatural, y cuando pregunté por ella, me dijeron que le gustaba leer a Bécquer en otoño, y yo, la contemplaba cada tarde, tras cruzar el umbral de la academia., la seguía mientras se aproximaba a un estanque perdido, a orillas de un río de aguas diáfanas, de aguas nuevas y claras, que se tornaban azuladas con la caída del crepúsculo y en donde el sol brillaba con una levedad atenuada. Era esa levedad de cuando hay mucha felicidad en las almas, pero uno no sabe cómo explicarlo y todo se reduce a la límpida sonrisa brillante en los labios satisfechos de un niño.
Allí pasaba cada tarde. Ella; sentada en una pequeña piedra junto al estanque, y yo; escondida tras un inmenso árbol de bellotas, prófuga en aquella mágica aventura de fundir en palabras recubiertas de silencios nuestros mundos interiores. Era la luz mojada del resplandor de la existencia, porque la existencia tiene un resplandor bellísimo y muy luminoso, como un candor de destellos hermosos y sombríos. Un resplandor verde-azul o azul-verdoso, según refleje la claridad.
Todos los días era igual, al acabar las clases, Berta tomaba rumbo hacia aquel lugar solitario, en donde era fácil perderse entre palabras y ensoñaciones, y yo; la seguía embobada, asombrada del misterio. Porque Berta era muy misteriosa. No se parecía a ninguna otra adolescente.
Al asomarse a sus ojos, era fácil disipar el abismo blanco incandescente que se escondía tras ellos, unos ojos inmensamente bellos pero de tristeza insondable, porque algunas cosas bellas son muy tristes aunque hermosas. Y Berta era hermosa aunque triste y yo la admiraba e imaginaba sus pupilas dilatadas, sus enormes ojos, su juventud perenne, su rostro lleno de vida, como si aquella juventud infinita nunca fuera a acabarse, como si aquella juventud fuera a aguardarla todos los momentos de su vida.
Todas las tardes leía a Bécquer y yo observaba ese gesto de satisfacción en su cara, adoraba ese rostro de niña, de adolescente mística aprendiendo a desatar sus abatidas alas, lanzándose por fin en raudo hacia miles de momentos eternizados.

Volaba cada tarde, era como un viaje a ninguna parte, en el que lo único que importaba era partir, irse, desaparecer y aparecer en otro cielo. Un viaje que no tenía regreso, pero que Berta realizaba con la esperanza explícita de llegar a alguna parte y encontrarse con alguien o con algo. La veía sonreír y de vez en cuando, su rostro enfatizaba una carcajada.
Jamás musitó palabra alguna. Era prófuga del silencio, cómplice de sí misma en soledad sonora.
Un día, tras semanas persiguiéndola, descubrí que no llevaba su libro de poesía. Permanecí perpleja en mi escondite. En los instantes próximos, la observé sacando una hoja de papel (era el inconfundible candor de una hoja, del roce sicalíptico, casi venéreo del papel ajado).

Comenzó a escribir y yo, no hacía sino por adivinar qué se escondía detrás de cada garabato. ¿Cómo era posible que mi curiosidad llegara hasta ese punto?
En realidad, yo no sabía nada de aquella muchacha, sólo que se llamaba Berta, -tras colarme en Jefatura con la excusa de entregar unos documentos-, sabía eso y que le gustaba el mes de octubre. Sabía que su cara era un precipicio de soledad y eternidades. Sabía que pronto sabría muchas más cosas de ella. Era la intuición predilecta de que algo me llamaba, de que alguien me estaba llamando, me estaba esperando con los brazos abiertos, dejando huellas para que continuara sus pasos. Cómplice también de sus pisadas, de la senda de la vida.
Apenas me había cruzado con ella un par de veces por los pasillos, pero ahora comprendí que aquella adolescente, se parecía inmensamente a mí –o yo inmensamente a ella-.

En un impulso, casi en un estrago o un soplo, en un balbuceo tonto del ego -instante robado al más indulgente olvido- me acerqué a ella:

- ¡Hola, soy Adriana! ¿Qué haces aquí? –pregunté-
- Estoy escribiendo poesía. –me dijo con amabilidad-
- ¡A mí también me encanta la poesía! –contesté atónita y asombrada-

Me contó que venía a este paraíso edénico alejado del mundanal ruido, desde hace poco tiempo. Me dijo que ella misma había coronado aquel locus como “El lugar más triste del mundo”. Afirmó que allí se sentía plena y realizada. Que añoraba esa soledad tan mágica de creación propia. La soledad de las aguas, del rumor del viento, de la lejanía de la lluvia, del sabor de la tierra.
Entonces le pregunté porqué lo había llamado El lugar más triste del mundo”. Ella me explicó que como dice Manuel Rivas “existe una clase de melancolía que no atrapa, sino que nutre la libertad. En esa melancolía como espuma en las olas se alzan los sueños”.
Quedé tan asombrada que no supe qué contestarle, pero tras un rato conversando, la convencí para que coronara ese maravilloso lugar como: “El lugar más bello del mundo”. Me costó que cediera a mi ofrecimiento, pero lo conseguí.
Le expliqué que todas las cosas tristes no tienen porqué ser bellas, en cambio algunas cosas bellas sí que son muy tristes. La creación artística, es hermosamente triste y bellísima, y por eso nos conmueve, porque la tristeza conmueve. Porque existe una bellísima tristeza en la contemplación de la creación artística.

Estaba feliz, se había cumplido algo que creía imposible. Desde entonces Berta y yo, somos grandes amigas. Y siempre que podemos, nos alejamos de todo lo que nos rodea y visitamos éste nuestro “Lugar más bello del mundo”.
Conversamos largo rato sobre Tolstoi, Salman Rushdie y sobre las lágrimas negras de Alice Cooper. A medida que la escuchaba, me daba cuenta del destino caprichoso que con sus hilos nos conduce a cada uno a nuestro lugar. Había encontrado a la amiga que siempre había querido tener a mi lado.
Era el destino ataviado desde épocas pretéritas, desde lugares ignotos, era la profecía de antaño, la promesa esperada, el bálsamo anhelado durante tantos años. No me sentía sola, no estaba perdida. Ahora estaba segura de que la poesía no había muerto. ¡Estaba viva! –tanto o más que yo. Me vi nuevamente respirando poesía -¿O acaso la poesía me respiraba a mí? Y encontré unos versos que me miraban, los versos de mi amiga Berta. -¿O era yo la que los miraba a ellos?-.
La poesía tiene una esencia que sólo poseen muy pocas cosas en este mundo. Tiene la capacidad de convertir las letras en imágenes, de crear un mundo distinto, nuevo, en donde priman las sensaciones gratificantes del alma. Es el placer de leer y vivir, de soñar y sentir al mismo tiempo, porque no hay realidad sin deseo y no hay tristeza sin belleza.
Porque poesía es cualquier cosa que nos haga estremecernos, poesía es la magia de vivir y soñar al mismo tiempo, poesía es robarle sonrisas al miedo, poesía es El lugar más bello del mundo.
Porque como dijo Bécquer en su Introducción sinfónica al Libro de los Gorriones, la creación artística es necesaria para “abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo”. La poesía es pura catarsis, redención del miedo, purgación del ineludible destino, así “Por los tenebrosos rincones de mi cerebro... duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo”.
Me siento viva al recordar que todavía hay gente que derrocha sensibilidad por las cosas, aún quedaba esa esencia que habían carcomido los relojes de tristeza, las normas preestablecidas. Gente que sabía distinguir la sutil diferencia entre permanecer quieto, viendo como la vida te vive a ti, o caminar por sendas intricadas, -caminos de escorzo y sendas de pernada- exponiendo las almas a la luz de la verdad.
Me gusta Octubre. Me gusta el sabor de la luz muy clara de la mañana. El crepúsculo intermitente de la tarde, el vuelo de las alondras, la palabra “evanescencia”, mirar las estrellas cuando llueve y El lugar más bello del mundo.
La poesía me respira, y yo la respiro a ella, y vuelo y me elevo. ¿Quieres seguir mis pasos en este viaje de versos? Ven, coge mi mano y vuela conmigo.


Primer Premio de Narrativa del Certamen Literario Albacara (2008)





Sonata de los espejos del alba




De los espejos del alba
Veo las luces de diciembre
De amaneceres en calma
Y soledades de siempre.


Como huracanes de lava
Nacen, renacen y mueren
En un instante de besos
En un tálamo de ausentes


Espejos del alba somos
Cuando miramos la aurora
Al renacer de lo bello
Al despertar de las sombras.


Reflejando nuestros cuerpos
Sobre las cumbres heladas
Alejados de este mundo
En un viaje sin espadas.


Voy abrazando locura,
En la tierra de las almas,
Donde el sueño es una luna,
Con su cicatriz clavada.

Un espejo de quimeras,
Que ya despliega sus alas,
Y enfrentándose al diluvio
Moja en llanto tus pisadas.


Somos las sombras de un tiempo,
de un tiempo que vuela en calma,
por un oasis de estelas,
dibujado en la distancia.


Y lo bello es aún más bello
Cuando mis ojos te hablan
Ese lenguaje secreto,
De besar con la mirada.

Ese lenguaje secreto,
Que sólo entienden las almas,
Que han volado mucho tiempo
Por un cielo de palabras.


Entre espejos y entre sombras,
Entre pasiones robadas
Entre tu cuerpo y el mío,
Cuerpos que a la par estallan.

Era tu abrazo mi abrigo,
El cobijo de mi espalda,
La alegría de mis ojos,
El calor de mi esperanza


Así nacen melodías
Melodías de guitarra
En acordes fabulosos,
Música batiendo aguas.


Y asombrarnos del misterio,
Del trinar de las alondras
Del despertar de los sueños
Y del olor de las rosas.


Besos que son nuestras vidas
Como un río que renace,
Besos que curan heridas,
Besos a un mismo semblante.


Relámpagos como espejos,
En amaneceres bellos,
Y el misticismo que surge
En los mejores momentos.


La sonrisa de tus labios,
Fuego eterno en mi mirada
Cénit, pasión, todo vuelve
Como montañas de lava.

Y ya es diciembre de nuevo,
Sobre este cielo de escarcha
Que resplandece sereno
Con su quietud esperada.

Ese cielo que miramos
Que refleja tanta magia
Que guarda la soledad,
Nuestra soledad callada.


Soledad que es sólo nuestra
Cénit, pasión que no acaba,
Al tiempo que nuestros cuerpos,
Se reflejan en el agua.

Entonces vuelve diciembre,
Recordando esta sonata,
Sonata que late viva,
En un cántico que abraza.


Que abraza este sueño eterno,
De luces coloreadas
Entre sombras misteriosas,
Desdén de esta madrugada.


La madrugada que grita,
En resplandores que callan
El reflejo de las sombras,
De nuestras sombras amadas.


Somos como dos espejos,
Que resurgen de la nada,
Reflejo de rostros libres,
De los espejos del alba.




Primer Premio Certamen Literario Albacara de poesía (2008)