domingo, 31 de mayo de 2009

No conseguirán matarnos el amor.




“No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos”.

(Luis Cernuda)


¡Cuánta razón tiene Cernuda! ¡Cuánta!. Si tan sólo pudiera decirle que amo cada uno de sus versos, que necesito que siga escribiendo porque me ahogo, porque necesito la fragancia de sus palabras que me envuelven en un halo mágico. Sí, es necesidad. Necesito cerrar los ojos y que me susurre al oído versos renovados y que me haga sonreír. Las luces se van apagando y al final del túnel sólo quedan palabras, meras palabras que recojo y recompongo para que lleguen a mi corazón. No es fácil. No es fácil sentir cómo se llena el alma y la respiración se entrecorta, y las manos te tiemblan, y la boca se te seca y el pulso se para. No es fácil ni común que esto ocurra, pero de vez en cuando sí que pasa y nos conmueve, tanto como a mí en este instante.
Necesitaba contarlo al extraer esta frase de uno de sus poemas. Necesitaba decir que no hay más muerte que la vida de uno mismo no vivida en toda su plenitud. No hay más muerte que la vida desaprovechada, malgastada. No hay más muerte que tener esa sensación a cada instante, mientras los relojes nos controlan y nos vigilan. Tratamos de no morirnos, de no dejar que nos maten el amor, pero… hay demasiadas lágrimas derramadas por la tierra. Hay demasiada gente que todavía no escucha las canciones de Yann Tiersen, y demasiada gente que se encuentra perdida, y demasiada gente que nunca querrá encontrarse. Preferimos perdernos mientras tanto en cualquier resquicio secreto. Da igual. Puede ser un poema, una canción, un recuerdo, una sonrisa. Lo de menos es qué. Lo importante es hacerlo y sentir que no conseguirán matarnos el amor, que aunque muramos poco a poco y lentamente nos quedarán esas ganas por seguir disfrutando de las cosas más nimias que existen.



Un piano.
Dos acordes.
Sentimientos.
Muchos sentimientos.
El alma irradiada de sentimientos.
El alma terriblemente colérica de magia.
El alma desgarrada en una magia infinita.
El alma anegada mitigando mis miedos.
Otra vez dos acordes.
Tres.
La lluvia tras es cristal.
Mis manos en el piano.
Algo que decir.
Algo que sentir.
Algo que mostrar.
Algo.
Queda algo.
Siempre queda algo.


miércoles, 20 de mayo de 2009

Nos quedará la poesía. (Mario Benedetti).


Conocí a Benedetti por pura casualidad. Fue como instante, como una milésima de segundo justo cuando pude estrechar su nombre entre mis brazos. Justo cuando algún día y no sé porqué razón me hablaron de él. Creo que fue mi profesora de literatura, Victoria. Pero no estoy muy segura porque sólo se me quedó grabado su nombre: Benedetti. Desde entonces me interesé por él, del mismo modo que me intereso por todas aquellas palabras, o nombres de escritores, de lugares o de cosas que llegan hasta mis oídos. La cuestión es que desde que lo conocí amé su poesía. La amé porque en ella conseguía resguardar todos mis miedos y volar muy alto. La amé porque sus versos nostálgicos me embriagaban del vino de la virtud que me contagió Baudelaire. Y lo amé sobre todo porque con él pude descubrir que nada en esta vida es trascendente:


Que nada tiene tanta importancia como nosotros le damos.
Que cualquier instante puede ser más que un instante.
Que no está prohibido enamorarse, ni llorar, ni reír.
Que el tiempo es sabio y nos ubica a cada uno.
Que el corazón no siempre es corazón coraza.
Que táctica y estrategia son sutilmente distintas.
Que todo lo que hiere, cicatriza.
Que la poesía cuanto más hiere, más cicatriza.


Algo análogo me sucedió a mí cuando me encontré inmersa y de súbito en sus versos. No podía explicarlo pero había caído presa. Sentí entonces una sensación que me dolía mucho, que casi me asfixiaba, pero que a la vez servía de bálsamo, porque cada una de sus líneas me contagiaba nuevamente de ese amor infinito que siento por la poesía.
Benedetti decía en su poema "No te salves" una de las frases que más me conmueven de su poesía: "No te quedes conmigo". No quería que nos quedásemos con los labios secos y marchitos en el tiempo. No quería que permaneciéramos inmóviles, que nos quedáramos parados siempre al borde del camino, sin trayectoria. No quería que quisiéramos con desgana. No quería todo éso porque amaba las cosas sublimes. Ahora que no está sólo podemos quedarnos con él, profanar ese "no te quedes conmigo" y quedarnos con él para siempre. Quedarnos con sus versos, con su infinito amor, con toda su alma.
Pues Mario Benedetti, el poeta, el gran poeta que llegó -no me acuerdo cómo, ni tampoco cuando- a mi vida se ha marchado y para siempre. Se ha marchado como acaba todo lo finito. Pero una gran parte de él quedará para siempre. Porque sólo muere lo que se olvida, porque nada muere si nosotros realmente queremos recordarlo.


Nos quedará su poesía.

Siempre.



Corazón coraza
Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

miércoles, 13 de mayo de 2009

El libro de los descorazonados.


El libro de los descorazonados.
Sentir el corazón podrido
en medio de las ansias del después.
Sentirlo por la boca,
en el estómago, en los dientes.
En el espacio remoto de un día sin tiempo.
Sentirlo muy despacio en lo profundo,
Durmiendo.
Y sentirnos entonces,
como pequeños autómatas perdidos en la lluvia.
Sentirlo acaso descorazonado,
como el libro que nunca leo,
como un cántico que nunca entono,
o la noche en que no duermo.

El libro de los descorazonados.
Nunca debí escribirlo.
No.
Nunca.
Arranco sus hojas.
Me mezo en la nada.
El tiempo se detiene y el reloj vuelve a girar.

¡Eureka!

El libro de los descorazonados.

(mejor leerlo y quedar atrapado)

(mejor no morir y vivir entre abrazos).


viernes, 8 de mayo de 2009

La soledad es un grito en las tinieblas




(Al término de la clase, tras haber comentado en la misma el famoso cuadro de “El Grito” de Eduard Munch, el profesor se acerca al pupitre de Elda).

-Te he notada impactado durante la clase ¿Te gustó el cuadro de “El Grito”?

-Me encanta. Es como si cuando lo mirara, ese hombre de rostro desfigurado y lleno de horror me estuviera llamando para que lo acompañe en su camino.

-Una sensación análoga a la que sentimos ante el incesante grito de la naturaleza.

-No, no. Es aún mayor. Es como si cientos de voces susurrantes recorrieran mi espalda y me congelaran de frío, absorta ante el eco terrible de la eternidad.

-Y dime, ¿oyes esas voces?

-Sí, a cada instante me susurran para que me adentro en el cuadro, para que mi rostro también se torne tétrico como el del personaje.

-¿Y tú, Elda, realmente quieres formar para te de él, habitar dentro de “El Grito”?

- Oh, si. No hay nada en esta mísera vida que tenga más claro. Eduard Munch debiera haberme pintando temblando de miedo y desesperanza. Haber esbozado mis manos lánguidas echadas sobre la cabeza, mis ojos desafiantes e inquisidores atisbando la nada inconclusa que me recorre.

-Eres terrible, Elda. Terrible en el sentido de que miras aquello que hay más allá de la vista, más allá de lo tangible. El secreto escondido de una realidad misteriosa.

-La vida sería demasiado aburrida si la interpretáramos tal y como es. ¿Por qué tengo yo que mirar aquello que veo a simple vista y no lo que imagino en mis sueños? Me niego a resignarme. Hay demasiadas lágrimas de soledad en el planeta.

-Sí, Elda. Y escasez de gente que piense como tú.

- La gloria es para unos pocos. El infierno está cerca y nos llama muy pronto, antes de que nos demos cuenta. Y pensarás que estoy loca, hablándote de todo esto. Pero mi locura es sana, pues es la locura de no conformarse con lo que la realidad nos ofrece

-Y bien, Elda. ¿Qué harías si un día te levantaras y no quedara nadie en el mundo? ¿Y te encontraras sola, terriblemente sola? Responde con sinceridad, se sumará a la nota final (sonrisa).

-¿sola? ¿Y crees que ahora no estamos solos, acaso rodeados de meras sombras fugaces y efímeras que desaparecen a un tiempo? ¡Qué iluso! No debieras haber olvidado que no hay peor soledad que la de estar entre mucha gente y, a pesar de eso, sentirse solo.
Yo no nací para estar aquí, sino dentro de “El Grito”. Éste no es el mundo que soñé, el paraíso eterno donde imaginé vivir. Mi mundo está sellado a través del tiempo con la eternidad e irremediablemente pienso que la soledad me llama. Pues la soledad es un grito en las tinieblas.

(El profesor enmudece. Elda coge su mochila y sale de clase con su libro de arte en la mano).

(Varios siglos después, un artista futuro realizará una copia de “El Grito”, esta vez pintando a Elda como protagonista).