domingo, 31 de agosto de 2008

Féretro de Agosto



Cuando ves perderse la última tarde de Agosto, el alma queda emponzoñada. Es como si fuese el último día de todos los días, como si en el limbo del corazón del hombre no quedase sino el recuerdo de todo lo anterior y de esta postrera hora. Entonces sientes que has tirado tu existencia a la basura y una gran mácula de polvo perla la eterna palestra de un erario vulnerado. Es como si quisieras abrazar a Horacio y venerar su tópico del “tempus fugit”. Como si sólo el poeta latino pudiese salvarte y tu vida lacónica sufriese un esplín y desde esta penuria de existencia una subversiva sensación de embozada anestesiara tanta perspicacia enjuta robada al estigio. Como si detrás no hubiese nada y atisbaras un abismo de insondable soledad. ES como si una protuberancia te persiguiera. Como si con zapatos ajados avanzase tras de ti para contarte que este es el último día en la tierra y sientes que ya no hay tiempo para nada, que el silencio es una preciosa forma de la eternidad a la que no estamos llamados. Como si todo el aire del mundo no bastase para salvar el hastío que aguarda el alma de un niño. Y no es suficiente conformarse con haber vivido y así recuerdas al caballero Bonald, y es que no somos más que eso: “El tiempo que nos queda”

Regreso a mi infancia


Había cientos de niñas en la piscina del hotel donde me hospedaba. Hacía un calor almibarado pero era fácil refulgir en Benidorm, así que al bajar a la piscina encontré a esas dulces niñas de las que ahora hablo. Niñas todas iguales pero a la misma vez distintas. Unas llevaban bañadores de flores y otras bikinis de colores vivos, mezcla de fucsia, azul y amarillo. Nadaban y me salpicaban agua. Lo hacían con un espíritu apacible de modo quedo y silencioso. Chapoteaban mientras yo leía a Baudelaire desde una hamaca de la terraza y en ese momento me fijé en ellas. Algunas llevaban manguitos y otras buceaban. Cada una de esas niñas lo hacía con la inocencia propia de la infancia. ¡Adorada infancia! Y yo recordaba también mi infancia ahora añorada. Acaba de salpicarme otra niña y ha empapado esta servilleta de papel sobre la que escribo estos retazos de vida. Servilleta empapada de infancia que me recuerda este sueño de loca niñez. Fue entonces cuando descubrí que yo en otro tiempo fui alguna de esas niñas que ahora me salpicaban interrumpiéndome la lectura. Fui feliz porque aquella interrupción me trasladó años atrás. Fue la contumaz experiencia de estar reviviendo mi infancia. La experiencia de volar a paraísos perdidos a los que nunca podré regresar.

Profanación del Juego del Ángel





(Benidorm. Playa de Levante. 24 de Agosto. 11:36 p.m.)




Era triste y cómico al mismo tiempo. Leía sentado en una silla de playa, levantaba la cabeza y al rato, tras observar con impaciencia todo lo que acontecía en la playa, volvía la vista al inusitado libro. Suspiraba con impaciencia como quien busca algo que no existe con una mezcla de humillación y aburrimiento sobre sí mismo; creyendo que el secreto del cementerio de los libros olvidados podría estar en cualquier sitio menos en ese libro. Apenas leía con desatino, como un insulto a la librería de Sempere y al viejo negocio del sombrerero. Respiraba hondo y suspiraba y en esa respiración profunda y entrecortada se podía comprobar que su lectura era causa de la desidia y la desesperación. La forma de matar el tiempo de vacaciones durante su estancia estival en Benidorm.
Finalmente cerró el libro, suspiró de nuevo con agradable vacío y se puso a hablar con el móvil. ¡Eso si que era matar el tiempo de vacaciones! Hubiese sido mucho más gratificante que el no-lector; tomase una cerveza y una lata de berberechos y para degustarlos mirando al mar, antes que profanar la última novela de Carlos Ruiz Zafón. Pero así es este mundo escuálido y desbaratado que formamos todos. Me produjo una insondable tristeza ser partícipe de la deplorable y sórdida lectura de ese hombre, aunque por suerte, luego eché un vistazo por la playa levantina y atisbé a una portuguesa que no levantaba la cabeza de su libro. Por la portada, intuí que sería una novela policíaca en cuya trama intervendría algún crimen pasional, entramado a modo de sustentar el argumento. La chica portuguesa llevaba leyendo toda la mañana.
Entonces comprendí la sutil diferencia entre mirar con impaciencia y desesperación las páginas de un libro o por el contrario, adentrarse en la historia que el autor pretende transmitir en las mágicas galerías de las palabras a través de los vagones del alma.

viernes, 29 de agosto de 2008

Ariadna







Allí estaba ella, Ariadna, sentada en el mismo banco del mismo parque donde aprendió a ser feliz. Le temblaban las piernas y tenía la voz en un hilo, al tiempo que no articulaba palabra. Ariadna es… ¿Cómo explicarlo? Es el arte encarnado en persona, la magia de ser diferente, el sueño de una niña triste con ojos felinos y porción de luna azul. Todo su clímax la hacía diferente: su forma de ser la convertía en una adolescente rabiosamente atractiva, sus ojos de almendra dorada y sus labios melancólicos, de una belleza casi cuántica. Sin duda, la joven poseía una belleza que impactaba por el simple hecho de existir. Mientras contemplaba como las hormigas recogían las migajas de pan del suelo, vio pasar a un hombre de pelo cano y a dos niñas de pelo oscuro columpiándose con fabulosa alegría. Eran las siete de la tarde y ella seguía ahí parada, como una adolescente inútil, fumando cigarrillos de vainilla en el banco más olvidado del parque. Sólo ella sabía lo mucho que odiaba fumar y, sin embargo, seguía haciéndolo, como una obligación casi de irremediable orden existencial y humano. Odiaba el olor a humo y que, tras darle las últimas caladas a su cigarrillo, se le quedaran amarillentos los dientes, casi de un color indefinido, entre blanco sucio y beige crema. Ariadna, entre el bullicio desalentado de las niñas y el cansancio inagotable de las hormigas, seguía balanceando su alma en una pugna de pasiones heridas, de ruegos sensibles, de torturas inefables. El cielo azul eléctrico tornado de matices grisáceos tejidos en claroscuro acechaba con una posible tormenta. Y ella, la hermosa Ariadna, se alzó de dinamismo y avanzó hasta que sus converse dejaron atrás el parque y la condujeron hasta la vía del tren. Siempre llevaba converse, siempre. Ese era su gran signo de identidad, su marca, su gráfico, la forma de que los demás la reconociesen con tan sólo mirarle los pies, sus converse all star de color morado. Mientras caminaba, pensaba que sería más bonito injertar lepra a una rosa que el sentido de su propia vida, y es que Ariadna estaba sola y perdida, y lloraba mientras sus lágrimas se confundían con el olor a vainilla del tabaco. Tras largo rato caminando, llegó a la estación, pero no había trenes; no había nadie a su lado, pero no se sentía sola. La vía férrea había sido sin duda su hábitat existencial en los últimos tiempos, allí conoció a la persona que más marcó su vida, de la cual se enamoró. Tras un vuelco constante de sentimientos y espinas de pasiones pasadas, recordó la famosísima frase de García Márquez en El amor en los tiempos del cólera: “El olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. Y pensaba en Florentino Ariza y Fermina Daza, y en su historia de amor a través del tiempo. Luego cerró los ojos e imaginó estar en Macondo, inmersa en la ciudad de los espejos (o los espejismos). Sacó de su mochila los versos satánicos de Salman Rushdie y repitió en voz alta: “para volver a nacer antes tienes que morir”. Morir, morir, y la palabra “morir” seguía introyectada en su subconsciente, como un oxímoron barroco o una paradoja intrínseca basada en un pragmatismo tetrapléjico. Se acordó de su abuelo, que había muerto a causa del paludismo. ¡Qué triste y qué cómica al mismo tiempo la palabra paludismo! La última vez que lo vio fue sentado en el banco del parque. Luego pensó en su amiga Berta y en sus problemas con la droga. La palabra heroína estaba clavada muy dentro, como un puñal imborrable y una brecha eterna abierta en su interior. Pero Ariadna no podía hacer nada, nada. Luego se acordó de su gran amor, Marcos, a quien sus padres le prohibieron verla. Siguió acordándose de Marcos y recordó la última vez que se vieron en la estación, construyendo una vida entre vagones, en aquella estación donde se entremezclaron sus besos de acero con el humo de los trenes. Recordó aquel 13 de Junio, el último día que se vieron, un día solitario, casi nostálgico aunque embriagado de magia lúcida y sensualismo.
Nada importaba ya, ni su abuelo muerto, ni su amiga metida en el ignominioso y sórdido mundo de la droga, ni su amor por Marcos. Ariadna seguía sufriendo “in hac lachrymarum valle”. Tras el llanto y desolación llegó la noche y un viento gélido azotaba con fuerza su gélida espalda, congelada y hundida en el dolor. Ella dormía acurrucada sobre sí, encogida en su propio precipicio, en los raíles malditos que descarrilaron su corazón. Soñaba como medio de salvación, como salida hacia el inframundo de su vida, soñaba con la desmedida esperanza de que su vida tan sólo era un sueño. De nuevo, revoloteaban en su psique los versos satánicos y la palabra “morir” ¿y qué importaba todo eso? Ahora estaba soñando y estaba a punto de ser feliz.
Ariadna seguía dormida al tiempo que Marcos vagaba sin rumbo camino a la estación. Todas las noches iba a aquel lugar para evocar su invulnerable recuerdo. Llegaba con el atardecer y leía un rato un libro de poemas que ella le regaló hace años. Sin embargo, esa noche fue diferente, Marcos al verla allí tirada en la estación después de tantos años, quedó sorprendido, atónito, le acarició la mano con la suavidad de una pluma y ella despertó asustada, embriagada en su colonia afrodisíaca. Aquella noche, hicieron el amor en la vía del tren, aquella noche Ariadna fue feliz, y Marcos encontró la dama que perdió hace años. Aquella adolescente mística con nombre de araña. Su princesa de la dulce pena y su niña de los ojos tristes. Entonces Ariadna comprendió que estaba en Macondo y que no podría salir nunca más de ahí, y tenía la certeza de que las estirpes condenadas a cien años de soledad sí tenían una segunda oportunidad sobre la tierra. Además sintió el olor de las almendras amargas, camuflado en cada uno de los besos dulces y punzantes de Marcos. Ambos recordaron la última película que vieron juntos antes de que Marcos se alejara de ella por orden de sus padres. Pero ya no había barreras, porque las barreras más fuertes las pone el amor. La película mágica que fortaleció su amor fue la sublime producción de Isabel Coixet, “Mi vida sin mí”.
En ese momento, Marcos dijo en voz alta tras besar su lengua de yodo, la frase de aquella película que sellaba su amor por la eternidad: “Me encantó bailar contigo”

Alas de Soledad Azul



Una mariposa avanza curvada
Por mi espalda desnuda, solitaria,
Por tu ausencia roto el desencuentro
De la sed de ti, del vaso triste.
Crisálida de besos en el envés
De mi cuerpo herido, maltrecho,
Lánguidas pestañas y retales,
Retazos de nada y de todo,
Pompas de jabón en una charca
Letras discretas que huelen a ti,
Amiga y compañera y fiel amante,
Soledad, otra vez saluda y vete
Y vuélvete sin lecho en mi posada,
Si Ulalume supiera en su poema
Si mis lágrimas cayeran mar adentro
Y mis sueños sin alas ya rodaran
Sería real que la mariposa, desnuda
Y solitaria por mi espalda,
Viene a hablarme de ti, a curar tu ausencia
Y tu soledad y tu calma,
Con gritos de un combate sin espadas,
Mariposa triste, mariposa extraña.

Diario de un poeta náufrago





Querido Beko:

Hoy estoy en no sé donde,
Escribiendo no sé qué
A no sé quien.

Supongo que estaré
En la miseria de la ciudad gris
Bajo un cielo nebuloso, tal vez,
Quizá caminando entre brumas
Sol oscuro, luna en celo.

Tampoco me preguntes
Si hay estrellas en el cielo
Por que el cielo está lejos
y los sueños han volado
y el frío me escarcha la piel
y las nubes ahogan mi alma
y todo se resume a ti,
mi querido Beko,
siempre en mis sueños de luna.


Querido Beko:

Hoy tampoco sé nada,
Me he despertado confusa,
Busqué entre resquicios
Y debajo de la almohada estabas tú
Evocado en forma de pluma.
Las palabras no bastan,
Son acaso retazos de tinta,
Mugrientos sapos de cerámica rota
Y tu voz agrietada y seca
De papel, madera y mimbre viejo,
Pasará a los anales de mi historia.


Querido Beko:

Me da miedo pasear
Bajo el manto azuloso
Que muestra la evanescencia.
Acaricio tus dedos de porcelana
Mientras fumo otro cigarrillo infantil.
Y mientras se consumo el humo
Escucho como ruge la bestia,
Hambriento regazo del alma,
Sin ti, otra vez, sin ti.

Me quedo dormida,
Y en el séptimo sueño,
Me despiertas y te encuentro
Esta vez frente a mí,
Disfrazado de ángel visible.

Querido Beko:

¿Sabes qué?
Anoche salí de copas por Madrid.
Me sumergí en el suburbio,
Abrumador destino receloso,
Y mientras miraba al cielo,
Te ame.

Entendí “El diario de Noa”
Las locuras de Romeo y Julieta,
La avaricia de la Celestina,
El ruego de los poetas.
Entendí mi vida pintada de rojo,
Corazones de plomo y dudas
Bordados de ausencia y desconsuelo.

Querido Beko:

Hoy es 11 de marzo
Y he ido a pasear por Atocha.
Paseé con nostalgia de recuerdos
Y me pregunté:
¿por qué no me tocó a mí
Dejar la vida?

Miré las vías del tren,
Y anduve de puntillas por los raíles.

Y entre tanto pesar,
Me abracé a una farola
Mientras bebía con impaciencia
Una botella de ron añejo.

Querido Beko:

Hace mucho frío,
Hace mucho frío porque
La noche es triste y llora
Hace mucho frío en mi alma
Desnuda, y diluvia al otro lado
Del postrero cristal de mi esperanza.
Hace mucho frío y escribo, balbuceos
Locos e hirientes que me salvan,
Que me salvan siendo poeta en tierra
En la tierra árida y hastiada
como en mi piel granizo, zumo de lluvia,
lunas de rabia, sueños de lumbre,
lumbre y hoguera que ciega el fuego,
fuego en esta noche de frío sin cumbres.

Carta a la Mujer




Te escribo a tí mujer , sinónimo de esclavitud , apariencia de sonrisa y sobre todo sol que no alumbra con su luz. Pero, ¿Qué es el hombre ? , polo opuesto de la tierra , hombre es placer y aventura , locura de una noche , y al día siguiente ¿qué? ¿ qué eres mujer ? . Un objeto placentero con el que los demás solo entienden de diversión , no eres tomada en serio. Si eres pisada , ya que más da. La realidad no es otra que la desigualdad entre ambos sexos.
Es tan irreal decir que somos iguales , nos dedicamos a aparentar a intentar ser algo , a defender nuestros derechos , cuánto nos duele pensar que ante todos ya son verdades, que en todo lugar somos nosotras aquella mota de polvo que el hombre pisotea a su antojo o aquel pétalo de la rosa que puede ser arrancado con facilidad.
Se recuerdan los gratificantes momentos, pero siempre queda una cosa: el lamento que produce no lograr nuestros propósitos , nuestros sueños quedan siempre muy distantes de la realidad. Si la sociedad deja abarcar esto, es porque nosotras tan solo queremos, porque dejarse pisar no es más que abandonar la dura carrera que te pone la vida desde un punto en el que una voz femenina no se puede comparar con el grito del macho.
A esto no se le pone un fin, porque luchar , ¿ para qué ? es inútil gastar mi voz porque a igual punto llegaré.
Podíamos ser una lágrima , que se seca en la arena, pero nunca deberíamos de ser, un objeto usado y viejo y mucho menos marionetas de las que el hombre se adueña.
Las sensaciones envuelven momentos, y yo me pregunto amiga ¿ que se siente al ser humillada , machacada , y aun más que se siente al no ser escuchada ? Supongo que mucha impotencia y unas ganas enormes de lograr la libertad que me mantiene prisionera en las rejas de aquel hombre , en su cripta , tapada en seda por una manta para no poderlo ver.
¿ Por qué lloras mujer ? En mis ojos arrancan lágrimas que arrasan los ojos , por una lucha sin victoria. No habrá triunfo que me pueda decir lucha mujer , porque yo soy optimista y solo en mi cabeza cabe que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre y si las mujeres nos mantenemos en constante unión podremos conseguir poco a poco cada uno de nuestros propósitos.
Hombre , eres el rey sin corona que se cubre de esplendor , pero en cambio en ti reside todo el odio y el rencor , que algún día cambiarás eso no se sabe todo depende de que puedas madurar, porque en donde cabe que el hombre es superior si él sin nosotras no tendría valor alguno , no seas machista , reconoce que en mayor o menor medida necesitas a la mujer, pero yo me pregunto ¿ para qué ? , solo para tu beneficio personal , solo para tus propósitos y tus metas, eres egoísta y crees ser persona , pero no , en ti no residen todos los valores necesarios que ha de tener un ser humano. Este conflicto es como luchar y nunca poder ganar , como que el mundo se negara a darnos la razón que tenemos. Pero al final la justicia gana y los actos que no están hechos de corazón quedan impugnes.
Por eso la unión hace la fuerza , y quiero en esta carta renombrar todos los derechos de la mujer y espero que quien lea este escrito sea un poco más consciente de lo que se juega el mundo , porque la valentía de la mujer al final vencerá a la cobardía del hombre.
Porque al fin y al cabo yo pongo en estas líneas mi opinión , digo lo que pienso y sí , no tengo los mismo derechos que ellos , pero soy libre e independiente , y en mis palabras quedan todo lo que en ellos falta, por eso con voz alzada digo que siempre queda un poco de esperanza , aunque sea poca para ganar la batalla , y así podremos hacer en el mundo nuestros sueños en el futuro.
Por eso : ¡ lucha mujer ! . Lucha y déjate la piel ,
Ten confianza en ti misma , para vencer a ese rey ,
Que es un rey sin corona , porque no se la ganó ,
Tu eres su más bella joya , la que tiene más valor.
Y grita por los cuatro vientos , ¡ Soy mujer ! No me avergüenzo ,
Y aunque -por ahora- no sea la más fuerte , de ello no me arrepiento.


POR TRES MOTIVOS :

- Soy entrega

Y me entrego a los demás,
Mientras en el su independencia ,
Se convierte en la verdad.
Lo soy , lucho por mi dignidad ,
Porque creo que la tengo ,
Y un hombre no me la va a quitar.

- Soy sincera

No me aferro a sus mentiras ,
Doy todo lo que tengo ,
Aunque me cueste la vida.
Busco la verdad,
No me miento a mi misma ,
Miro firmemente ,
Veo la realidad.

- Tengo espíritu

Sí , espíritu de triunfar ,
Y de decirle a todo el mundo,
Que lucharé hasta el final.
Lucho por mis derechos ,
Y los defiendo a morir ,
Porque la unión hace la fuerza ,
Y lo podemos conseguir.

En ésta carta yo te digo , a ti, valiente mujer ,
Que no pares nunca de la sociedad conocer ,
Que no te quiten lo que es tuyo ,
Y que digas con mucho orgullo :




“ SOY MUJER ”






(PRIMER PREMIO CONCURSO MUJER TRABAJADORA AÑO 2005)

jueves, 28 de agosto de 2008

El sexo de los melones






(Benidorm. Playa de Levante. Hotel Sol Costablanca. Habitación 431)



Toc-toc; llaman a la puerta. Es el camarero encargado de traer la consumición del serf-service, que viene a darnos la bienvenida. Nos trae fruta, un plato de fruta inmenso, una fuente ovalada con gran surtido y variedad: Piña, naranja, pera, kiwi, sandia y melón. Um… melón; es mi fruta favorita y la razón es muy sencilla: Es el equilibrio justo entre la sencillez del placer y la belleza de la discreción. Por eso me gusta, porque es tan bello como triste, porque las cosas bellas son hermosas aunque tristes.
Un día fui a comprar melón y una señora –intuyo que sería vendedora de melones o algo así- me contó la diferencia entre los melones machos y las hembras. Las “melonas” –según las llamaba y designaba con agrado la vendedora- contienen en el fin de la embocadura (justo donde todo empieza a ser más triste y abstracto, donde convergen las líneas y todo se estrecha y se cierra como un puente móvil inmenso). Justo en la terminación de toda carne, donde todo empieza a ser invisible porque se acerca la posteridad, ahí quedan soterrados a la luz del alba unos perfectos anillos circulares y equidistantes, dotados de una sublimidad impune que le conceden con sutileza extrema, categórica elegancia a la piel de las melonas, otorgándole con distinción esa feminidad felina que tan sólo queda reservada a unas pocas. Mi hermano me observaba con detenimiento, mientras yo relataba estupefacta el insólito episodio de “el sexo de los melones”, tras haber escuchado con intriga y devoción, el pueril y simpático acontecimiento de la vendedora. Me observaba con la inocencia aún patente y sacrílega del agua recién caída en el campo, antes de condensar el rocío. Me escuchaba con esa picardía prematura y pueril de la todavía no adolescencia. Yo adoraba esa ingenuidad, el candor, la honradez y la simpleza del no saber, del no exponerse todavía a un mundo falto de sueños. Me observaba con una lucidez y credulidad de los niños que todavía creen en los reyes magos, en el ratoncito Pérez, en el baloncesto y en los videojuegos.
Tras un silencio sepulcral que redime; me miró con ojos de sapo pardo o lobo hambriento-indistintamente- y me dijo: “Llevas razón, Carmen; las hembras son más dulces”. Lo dijo mientras degustaba una tajada en cuya corteza se albergaban anillos circulares. Los mismos anillos en cuya órbita yacía la redondez y la curvatura.
Pues bien, Benidorm sería muy triste sin estas cosas nimias y simples que le devuelven el sentido a la existencia. Y mientras escribo, veo desde el balcón de este cuarto piso a un muchacho tumbado, tomando el sol bajo la sombra de una palmera. Lo observo con esa mezcla de admiración y orgullo de lo simple e incauto. Un mundo a parte de lo grotesco y fachoso; que a veces hasta resulta ridículo – y es que los esperpentos es mejor dejárselos a Valle-Inclán, que le sacará mucho más partido y una mayor abstracción que cualquiera de nosotros-.
Por el momento, tan sólo quiero un mundo donde sea suficiente una tajada de melón y contemplar la sombra de una palmera para aquietarse y respirar. Respirar y aquietarse mientras observo el mar de fondo, sintiendo en mi piel, el placer y la tristeza de las cosas bellas.

lunes, 18 de agosto de 2008

Brotes de insomnio




Vivo en la dulce compañía del sol. Sol compañero de sueños. Siento que mi alma revolotea como una alondra que se posa nuevamente a tus pies. Las gotas de lluvia deshacen las farolas y tiñen la ciudad en un mar grisáceo. Miro al frente y diviso miles de cosas. Todo me recuerda a ti. Hasta el canto de los pájaros se parece a tu voz. Dile al sol que no salga, que estoy triste por ti. Dile a la lluvia que no venga, que hoy saldrán mis lágrimas a gritar la pena que me embarga. Es absurdo cerrar las puertas si tú tienes todas las llaves y llenarás mi alma de terrible cólera. Siéntate a mi lado, pero no me toques, no me escuches, no me mires.
No hagas que este corazón enfermo siga de por vida con tu herida abierta.
Como dijo M. Hernández: “ Cortar este dolor… ¿Con qué tijeras?”
No hay nada que pueda callar la rabia que me invade, el temo que me recorre y la soledad que me cobija.
Tus ojos son verde azulado o azul verdoso, según reflejen la claridad.
Viaje en las profundidades de la aflicción, abrazada a mi corazón. Todo es negro y no existe un lugar para la luz ni la esperanza. Todo es dolor, desidia y arrepentimiento.
Cuando te sientas a mi lado, nos contamos cuanto odiamos nuestras vidas, al mundo y a las equivocaciones. A veces nos odiamos hasta a nosotros mismos.
Vislumbro un rayo de luz en tu mirada abatida, un rayo de luz que atraviesa el humo espeso que me envuelve, que taladra el pesar que me inhibe, la lluvia que me moja, la negrura que tiñe mi alma.
Pero al rato desapareces y me conformo con mirarte desde fuera. Aunque ya te has ido, te siento muy dentro rellenando mi vacío con nubes de golosina, aviones de papel y muñecas de trapo. Sigues borrando el frío que atenaza mi alma.
Cuando te siento cerca, el sueño se detiene y el reloj vuelve a girar.
Y es que “sólo cuando lo perdemos todo somos libres para actuar”
El reloj sigue girando y se hace tarde, es demasiado tarde para volver. Me resigno con ver el barro en tus pisadas bajo una lluvia lacónica que entristece la luz de mi mirada. Dile a las estrellas que esta noche no salgan, que no se molesten en adornar el cielo, que descansen y duerman fugaces toda la noche. Aunque me duela, prefiero no mirar al cielo y ver las estrellas que contamos cada madrugada.
Siento una llama que me abrasa. Quemaduras como mil estrellas.
Un viento gélido mece mi alma en la tristeza, quiero salir de esta soledad que me encadena.
Todo esto tendría sentido si fuera real, pero…
¿Cómo se puede echar de menos algo que nunca ha ocurrido?

Mi viaje solitario





Acompáñame en mi viaje solitario,
No me dejes,
No me dejes más que con tu soledad,
Con la nuestra,
Con la de aquellos que quisieron
sentirse libres,
Que se amaron,
Como nosotros,
Con el albor profundo y a veces lejano,
Cubierto e indeciso, que a trozos,
Estalló en mis ojos.
Que los segundos son eternidades
Si al caer la tarde se va tu sombra,
Y se dibuja la figura incorpórea,
De aquellos párpados perfectos,
De aquellas facciones
Capaces de hacerme tiritar.
Capaces de hacerme llorar como un niño,
Soñar, soñar y soñar,
Dejándome sola y sin tu abrigo,
Con ansias de alcanzar el mar.
El mar que a través de tus ojos,
Como un cristal curvado y fino,
Se dibuja en las estrellas,
Así, siempre así será mi amor.
Así por el afecto que te tengo,
Por el aprecio,
Por todo lo que fue
Y por todo lo que se quedó en el camino,
Lo que se quedó en aquella senda
Que nunca trazamos juntos.
En aquella senda de alegrías y disgustos.
Acompáñame, compañero,
Y dime que algún día,
Bajo un cielo cabizbajo,
Estaremos juntos,
Juntos pero sin tocarnos,
Sin alcanzar el contacto,
Sin saber si tu piel tirita cuando me acerco.
Sola, sin saber si aquella piel se eriza
Cuando alcanza mi presencia,
Sin saber si merezco tu sonrisa,
O simplemente no la merecí nunca.
Decir, vivir, sentir,
Soledades imperfectas y canciones
Que en algún momento nos hicieron latir.
Acompáñame,
No me sigas,
Ni vayas siguiendo mis huellas,
Camina a mi lado, junto a mí,
Con la satisfacción de mirar mis ojos,
Y ver nuevamente,
Que tras ellos hay un profundo deseo de amar.
Un deseo de amar sin amor,
Negando el deseo más profundo,
Amarnos sin tocarnos,
Querernos sin odiarnos,
Soñar con la mirada,
Dejar que me atraviesen tus ojos,
Que se claven en mi retina,
Que enjuguen el llanto sagrado
Que a veces explota.
Vamos a amarnos sin mentir,
A hablar sin decir nada,
A sentirnos vivos,
Sintiendo sin sufrir.
Acompáñame,
No me dejes sino dejándome contigo,
Queriendo volcar el vaso y sus cristales,
Colmar de sentimientos su cubierta,
Volar, volar y volar,
Caer en el abismo más sincero
Que existe y pudo existir jamás.
Déjame contigo, no me dejes sola,
Aprieta mis manos,
Traspásame tu calor,
Enciende mis venas con tu sangre,
Grita mi nombre,
Vuélvete loco,
Deja que se te pare la respiración
En el momento en que me ves,
Quédate sin aliento, y mientras tanto;
Acompáñame.
Acompáñame en mi viaje solitario,
Métete en mi maleta,
Entre mis escritos,
Métete entre las líneas de estos versos,
Porque así yo te sentiré cercano
Aunque eternamente estemos separados.

Dulce lamento hiriente


Al mirarte veo un mar luctuoso y profanado, irreverente, que no quiere someterse a tu voz, que perfora mi silueta incorpórea. Ahora las nubes se ciernen en mi contra y yo te contemplo desde mi estrella. Esta oquedad me hace sentir perpleja, navego entre brumas, nubes borrascosas, cirros grisáceos de espuma difusa.Sigo sofocando el alma que mora en mí, la tengo amordazada para que no grite lo que siento, para que no revele en balde esta ausencia mortífera que roza mis manos, que taladra mi suerte y enaltece mis miedos. Nunca instigas a mi persona, y yo me conformo con verte como algo verosímil dentro de mi mundo ficticio. Me has invitado a viajar al tártaro, pero yo allí no voy si no es contigo. Luego me convierto en tu verdugo y voy a las profundidades de mi aflicción, con un longevo corazón cansado de tu efigie.Tu amor es un suplicio, dejando resquebrajado el pesar que araña mis miedos y los convierte en dudas. Siguiendo tu rastro te veo frisar tu adolescencia, convertirte en lo que la osadía te propone, sin temeridad alguna, sin voces fantasmales que me hagan sentir cuitada.Me has descorazonado desde el principio y yo con recelo tomé tu mano todos estos años, sin abandonar este afecto y esta predilección por ti. En mi cripta guardo tu vacío, la soledad que me brindas y los besos que no me das.Has marchitado mi tiempo, y mi corazón se ha convertido en un viejo prematuro, anciano sin arrugas. Mientras tanto, no puedo dejar de inquirirte, de imaginar tu piel tersa, clara y transparente, resbalando por su tez nítida la fatalidad de su destino.Escucho un clamor que confirma mi sospecha, que anula la entereza, que borra todo el vigor, ni siquiera imagino tu amor plañido por el agua.Ahora, tal vez, esta brecha que trajo tu ausencia se convertirá en una grieta, una herida mal cicatrizada. El corazón se quiso perder y huir, sin dejar vestigio alguno, pero no se llevó esta congoja, esta absurda morriña cargada de pasiones lúgubres. Tu fulgor se desvanece. Y mi alma frígida, espera la evanescencia eterna entre el badén de la lluvia, el delirio de mi tiempo y el lodo discreto que observo sin ti en este día nebuloso, lleno de dolor y rabia por la ausencia que cohíbe mi pasión.

Falacia intrínseca y biógráfica de un mendigo





Beko se levanta todos los días poniendo una sonrisa de inconforme espíritu en su rostro. Permanece callado, in albis, mientras se despereza en el estupor nostálgico y pintoresco de la Rue du Faubourg, entre el canto apasionante de los artistas parisinos. Siempre lleva la misma ropa, una camisa de lino arrugado que en un principio era blanca pero ahora se torna de un matiz amarillento. Sus pantalones están rotos y viejos, aunque por su color no parecen estar sucios. Encierra su corazón bajo un abrigo de pana muy desgastado y sale a pasear.
Todos los días va a visitarme a mi trabajo, me cuenta en lo que se resume su vida. Enciende un cigarrillo y observa como se consume con extremado estoicismo. Me sorprende ver aquel vaho espeso que conforta mi hálito y me desgarra, y me tienta a fumar, y me llena de nostalgia y me produce solvencia. Pero mientras fuma yo lo miro y me encojo de hombros, y lo observo con detenimiento como si fuera un espectro que vaga como una cebra rabiosa por un mar de labios rojos.
Y yo, Ramiro Santana, que trabajo en un humilde puesto de periódicos, lo escucho cada día con una atención magnífica. Beko ríe a carcajadas cuando le cuento que estoy pensando crear un negocio propio, para salir de esta miseria de empleo. Me reconforta trabajar entre letras, compartir mi vida entre noticias y gastar mi tiempo entre papeles. Me reconforta pero a la misma vez me produce una tristeza insondable, un deseo vano de despedazar cada una de sus letras, de acabar con todo y de acabar conmigo mismo.
Sí, ni es narcisismo, ni nihilismo, ni estoicismo, ninguna filosofía clásica ni moderna podrán definir mi estado de ánimo, ni siquiera es nada, ni vacío. A veces me abruma el polvo desalentado. Observo las calles sucias y polvorientas, tan polvorientas como Beko, y quizá mi mente revolotea pensando que son cosas de este mundo cargado de hedonismo, de pasiones desenfrenadas que conducen a la miseria.
Mientras hablo con Beko, él sigue fumando. Me cuenta que siente como su vida se consume como aquel insignificante cigarrillo. Yo trago saliva. Me resulta original la forma en que mi amigo cierra los ojos, ya que concluyen como una cortina que se arrastra a través de sus pestañas. Pero… ¡bagh! ¡Qué insignificancia la mía! Mientras permanecemos callados en mi puesto de periódicos vemos pasar a Lola, el gran amor de Beko. Mi amigo la observa con arrogancia, incluso con una mirada devastadora que arrasa su espíritu después de embellecerlo. Me dice que disfruta viendo cómo bebe y fuma mientras contempla las estrellas desde su balcón. Me cuenta que todas las noches se asoma a una pequeña ventana y luego ve su silueta marcada por el trasluz de la cortina.
Dice que aquella insólita mujer riega los geranios todas las mañanas y salpica con la regadera a los vecinos, que se enfadan y suben llenos de ira a reclamarle.
- Pero… ¡Qué adorable es Lola! –me dice mientras la observa embobado. Mientras la vemos pasar, Beko la mira con impaciencia. Observa sus pasos de cristal que se tornan frágiles sobre unos tacones de una altura vertiginosa. Tacones de azúcar que reflejan la simbiosis puntiaguda de una vida inefable.
Mientras la sigue mirando con presupuesta intuición, me dice lo mucho que le gustaría hacerle el amor en delicadas sábanas de seda, mientras ella se muerde las uñas con una voracidad terrible. Además, a mi amigo le encantaría fumar desnudo en su balcón, envuelto en una sábana que cubriera escasas partes de su cuerpo. Bonito ¿no? ¿Qué va a ser bonito?
Esta vida es una mierda, si. No es más que la escoria que entre todos hemos ido dejando a lo largo del tiempo. Da asco pasear por las calles y encontrarse con tanta miseria, ver los ojos estrangulados de la gente, las gargantas ahogadas a punto de pasar por una guillotina que sentencia para siempre el porvenir. Sentir cómo nos falta el aire, cómo nos vamos muriendo poco a poco en este mundo cruel y conformista, en este mundo que nos tiene amordazados, esclavos y libres, cobardes, traidores, simpáticos, rabiosos, esperanzadores… Todos vamos a ir a parar al mismo pozo, a la cumbre del olvido, a la cúspide de la nada, a la sombra del vacío… Es así y me duele que sea así. Me ahoga y me aplaca la mordaza que Dios sostiene sobre mis ojos hirientes.
Al rato, Beko se despide de mí y yo lo veo avanzar por la pintoresca Rue du Faubourg de Paris. Sigo sus pisadas hasta que sus pasos se ven confundidos con las hojas caídas de los árboles, que preludian el cercano otoño. Hace un viento rocambolesco y muy alejado a la estación estival. Tengo frío. Busco una caja de puros y mientras permanezco en un puesto de periódicos, me fumo uno. El humo nubla mi vista y pienso en mi amigo. Estoy deseando cerrar el humilde puestecito para irme a casa y destapar una botella de buen vino, y llamar a Beko y compartir esa botella con él.
Llego a mi casa y Beko me está esperando en la puerta, parece cansado y apesta a alcohol. Sus ojos miran rumbo a ninguna parte, lo encuentro perdido. Lo llevo hasta mi casa y se tumba en el sofá. Trato de tranquilizarlo, porque siento que su espíritu roza la hedónica sensación de un placer irreprimido. Me cuenta que ha ido a visitar a Lola. Dice que lo ha hecho el hombre más feliz del mundo.
- ¿Feliz? –Me digo a mí mismo- ¿Acaso existe la felicidad?
Al rato prosigue. Me dice que esta tarde ha estado con Lola, y que le ha hecho el amor en delicadas sábanas de seda. Luego me cuenta detalles que a mi parecer son intrascendentes, como por ejemplo la ropa interior de encaje que le arrebató con una voracidad terrible cuando estaba a punto de llegar éxtasis amoroso. Mientras lo escucho, la vida me resulta más amarga aún. Siento el pesar como una piruleta de alquitrán que saboreo con patente conformismo. Pareciera que a mi amigo lo hubiera absorbido el mundo de la lujuria, y mientras tanto yo busco en los laberintos de mi alma, sin apenas escucharlo.
Subimos a mi casa y abrimos una botella, le dejo que se dé una ducha y le presto ropa para que se cambie y se asee. Sigue hablándome de Lola. Y yo, Ramiro Santana, el mismo hombre que trabaja en el humilde puesto de periódicos, le digo que se venga a vivir a casa, que ya lleva demasiado tiempo vagando sin rumbo por las calles de París. Él acepta, pero con tristeza en su rostro, con un gesto como de lástima y pena mezcladas o como de pena y lástima mezcladas.
Aquella noche nos bebemos una botella de pacharán e incluso bajo los efectos del alcohol y la embriaguez, Beko sigue hablándome de Lola. Me habla de la supremacía de sus pechos, de la perfección de sus labios, de la solidez de sus pensamientos. Sin embargo, a mí me extraña mucho que una mujer tan bella como Lola acabe fundida en los brazos de Beko. Por qué Lola, Lola es dueña de una perfección cuántica, es realmente bellísima y una mujer rabiosamente atractiva. Al día siguiente voy al trabajo y Beko sale a deambular de nuevo por las calles y así un día y otro. Hasta que pasa algo terrible. Mientras voy paseando con mi amigo, vemos una esquela: “Defunción: Lola Dómine Sabagni”. Y es que por un capricho del destino, Lola había muerto, y el corazón de mi amigo también yacía poco a poco, en un lecho de irremediable muerte. Nunca más se supo de los motivos de su muerte, y la vida siguió avanzando y con ella pasó el tiempo.
Un día Beko me dijo que se sentía orgulloso de ser un mendigo, porque los únicos que son libres son los mendigos y los filósofos. Los mendigos porque son libres y dueños hasta de su propia miseria, y los filósofos porque los libra su pensamiento. En realidad, Beko antes tan sólo era un rico infeliz que lo perdió todo y encontró el sentido a su vida en la miseria. ¿Por qué…? ¿Qué resulta más miserable que vivir en este mundo? ¿Hay otro castigo peor que tener que habitar un espacio que nos ahoga? ¿Hay algo más terrible que vivir censurados por el qué dirán? ¡Que se abra el telón! ¡Bienvenidos todos a la sociedad del espectáculo!
Ahora Beko se dedica a deambular por las calles para encontrar aquella esencia que perdió con tanto dinero. Trabaja en un empleo que se llama nada y su nombre es nadie, tal vez por eso, Beko sea mi mejor amigo.

domingo, 17 de agosto de 2008

Marionetas de Guiñol (Última escena)




Y mientras todo fluye,
yo escucho melodías sinfónicas
que me atraviesan discretas
que me envuelven en una atmósfera de pájaros
clavando cristales de estrella
rocas de piedra
arena sin sal.

La vida se pone de espaldas
el mundo recuerda nostalgias
y las gaviotas lloran,
lloran mientras vuelan
rumbo a ninguna parte.
Mientras tanto,
tú vuelves la cabeza, obcecado,
me miras, pero no me sonríes.
El mundo se para
y el tiempo se detiene.

El viento azota tu pelo
y el azar nos vuelve a arrastrar en sus hilos,
pero… ¿Acaso somos marionetas?
vivimos atrapados en un mundo de guiñol.
Las hojas caen,
observo las flores de fieltro,
los pétalos frígidos que atraviesan el alma
caen cenizas serenas sobre cárdenos rosados.

Migajas vendo, te escucho venir,
oigo tus pasos ausentes a la alegría
rozas el sinsentido del por venir.
Te ahoga tu propia piel
te censura tu propia vida…
Pero yo te quiero….
Te quiero y te quiero…

Y a día de hoy lo daría todo por ti,
por volver a sentir el eco en tus pisadas,
por volver a envolverme en sonidos estridentes,
por perderme en tiempos remotos.
Detener tu voz cuando canta,
mirar sin ver mi alma descompuesta,
el mundo denigrado,
tu voz de paz,
tu aliento sin luz,
tus alas de ángel…



Ángel que llora en cada uno de mis sueños
como un insignificante gusano de seda,
duermes en mí,
mientras seguimos atrapados en un mundo de guiñol…

Se hace tarde,
y antes de que pongas la vista al frente
quiero regalarte mis ojos,
darte mis manos
y rozar tu piel.

El tiempo es un ladrón
que se dedica a robarnos la vida
con esta ironía trágica
con este amor sin amar
de nunca amarnos
como nunca se amaron dos personajes de guiñol.

Vuelves a existir,
el tiempo mueve tu carne
la convierte en polvo
polvo entremezclado con cenizas.
Vivo esclava de mis pasiones
y apuñalo mi suerte con un cuchillo
que nunca roza la mentira.

Siento que te alejas,
cuando al tiempo te contemplo
tal vez con desespero.
Pero tú estás ahí,
fumando un cigarrillo infantil,
siento que no te gusta
que aborreces el sabor del humo,
pero tú insistes,
y sigues fumando,
y sigues mirándome
y me vuelvo loca.

Las luces de los faroles se desploman a chorros
caen rendidas al encanto de la noche
que preludia mi piel como un lejano amanecer.
Sombras de alquitrán en aquel cigarrillo,
Te sigo observando,
pero… ¡bagh!
se me había olvidado que sólo somos…
marionetas de guiñol.

(me voy de aquel parque de flores de fieltro)

El viento me azota en la cara
mientras acepto que sólo era un sueño de acero
que cubría la piel del dolor
que anonadaba quimeras
que borraba sin sabores
y pasiones y temores.

Pero… ¡bagh¡
Ya te he perdido de vista,
en mi mente sólo queda
como un recuerdo sin forma
tu imagen con el cigarrillo
y eso me hace sonreír.

Y río y me mofo de mi propia vida,
y de tanto que me río hasta me duele la barriga,
y me duele el pecho
y a veces hasta me duele el corazón.

Y me sangra la nostalgia
y el dolor se descompone
y hasta huele.

Y yo huelo a ti,
y tu aroma me reconforta
tu fragancia alerta mi piel
y dejo de soñar
y me caigo de la cama.

Y una vez despierta, digo:
¡Bagh! Sólo somos marionetas de guiñol,
pero yo te quiero y te quiero.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Amigo...


Dame tu tristeza, tus lágrimas,
Tus penas y tus manos.
tu ira, tus problemas
Tus cadenas y tus pasos.

Dame el beso que no diste,
la caricia que no hiciste,
la lagrima que no derramaste
y el perdón que no pediste.

Déjame que te devuelva ese beso,
Que acaricie tus manos,
Que llore por nuestros sueños,
Y pida perdón por mis fracasos.

Dame de tu vida… la vida no vivida
de tus sueños… lo que no te atreviste a soñar
de tus ojos... lo que no quisiste mirar
de tu corazón el amor que no pudiste ocultar.

Dame un instante, un segundo eterno,
Dame tu agonía, y tus malos sueños
Dame tu mano, y no sueltes mis dedos,
Dame una caricia, una promesa y un verso.

Yo te voy a dar de nuevo,
Mi vida junto a la tuya,
Compartiremos los sueños,
Que algún día nos ilusionaron,
Mirándonos a los ojos
Como algún día nos miramos
Te daré mi confianza,
Esa que nos ha fallado.

Déjame enseñarte ese amanecer que no salió,
ese instante que nunca sucedió
darte ese beso que no me diste
y llorar contigo las lágrimas que no derramaste.

Voy a pintarte la luna de colores,
Enseñándote siempre un nuevo amanecer,
Aprendiendo que contigo todos los temores,
Caen para siempre al pozo del ayer.

Buscar el tiempo que se perdió
las palabras que no pronunciaron tus labios
los sentimientos que se desterraron
y el valor que te falto en ese preciso momento.

Porque a veces el dolor
Se iguala al sufrimiento,
Y nuestra vida se consume
en un profundo lamento,
Pero aquí estoy yo,
para amainar la tormenta
Y gritar contigo al viento,
Que estaré en todo momento,
Velando siempre tu estrella.

Volver atrás y avanzar sin dolor,
Borrando las heridas de tus manos,
Déjame que cure los rasguños y arañazos,
Para que el coraje, siempre supere al miedo.
Acompáñame a buscarme que estoy perdida
encontrarme en mi soledad para estar contigo
ayúdame a dibujar una sonrisa en este corazón
déjame bajarte la luna en un suspiro.

Porque aunque nuestras vidas se separen,
Siempre estaremos unidos,
Y aunque ninguna tormenta pueda amainar,
Sabemos que nuestro amor aún sigue vivo.

Desde mi corazón herido,
Déjame llamarte amigo.
(Primer Premio de Poesía del Certamen de Literatura Infantil y Juvenil "Encarnación Martínez Barberán" del centro Samaniego de Alcantarilla)

El bosque de Meiga


Al otro lado del espejo estaba yo. Era la misma silueta imperfecta de siempre aunque un poco desgastada por los años. Parece que fue ayer cuando decidí convertirme en un ángel y empezar a volar. Mis rasgos de media luna, aquella sonrisa en jirones, la voz en acordes y las manos como terciopelo en matices, todo me describía tal como yo era. Se estaba haciendo de noche y un viento gélido afloraba sin pausa y penetraba con calma en los poros de mi piel, dejándome el alma helada. Todo seguía igual desde el ocaso. Del cielo llovían relámpagos como cristales partidos y encadenados en un cielo traidor de media noche. Intenté entrar en el coche, para ir directa al bosque encantado. Aunque no pude entrar porque mis alas de cera no cabían en su interior. Así que desplegué mis alas con la suavidad del viento y crucé las fronteras que me impedían ser feliz.
Ya convertida en un ángel no tenía nada que temer. Fui volando hasta soñar el tiempo y llegar hasta mi destino. El bosque encantado se encontraba a pocas leguas de la región de Meiga; una aldea fabulosa donde se fabricaban unas casas de golosinas enormes y los duendes del bien amenizaban las veladas de otoño con sus matices y melodías. Los espectros de la noche vagaban en raudo en la profundidad del silencio y las hadas del tiempo cruzaban mareas y se ocultaban en la cripta del bosque encantado.
Junto a la cueva de los sueños encontré un pergamino antiguo donde pude contemplar algunos garabatos mal pintados. El bosque de Meiga era un lugar de ensueño. Sus habitantes eran seres mitológicos. Había duendes, hadas, centauros y elfos. Los duendes eran los guardianes del bosque y de todos los habitantes que vivían en él. Solían cantar canciones alegres y melodías fabulosas. Eran seres extraordinarios. Cuando caía la tarde y el sol se despedía de la región de Meiga, los duendes hacían pociones para la felicidad.
Las hadas eran la alegría del bosque. Tenían poderes sobrenaturales que les permitían elegir entre la lluvia y el sol. Sus largos cabellos se veían confundidos con sus alas de cristal. Eran hadas buenas, porque todas iban vestidas de blanco con una pequeña corona de forma indefinida. Les gustaba tocar la lira. Disfrutaban en el legado del bosque de atardeceres rojizos que se mezclaban con nubes de algodón.
En el bosque de Meiga, también había centauros. Vivían de las hazañas de cada día. Cuenta la tradición, que un viento huracanado, los transportó desde Tesalia hasta el bosque encantado.
Los elfos eran seres entrañables, bellos y luminosos. Siempre estaban con las hadas danzando en edenes de cristal. En la región de Meiga, eran conocidos como los elfos de la luz. Muchos de ellos eran arqueros y pasaban el tiempo lanzando flechas y jugando con los centauros.
Tras poder observar todo esto, quedé fascinada. Sin duda había llegado al lugar ideal.
Avancé por el bosque hasta encontrar a un elfo que me llevó a mi morada. Había miles de jardines de pócimas y hechizos. Las hadas estaban preparando un brebaje con conchas de caracol, pelos de serpiente y cuerno de toro. Me contaron que era un brebaje mágico, y que si lo tomaba antes de las doce de la noche, al día siguiente debería dirigirme hasta la piedra encantada. Me dijeron que era un enigma prohibido que sellaba con fuego la profecía de los mares.
Yo quedé estupefacta y conversé largo rato con las hadas, aunque no quisieron decirme en qué consistía la profecía. Sólo me aseguraron que si encontraba la piedra encantada y la tiraba al mar pasarían cosas mágicas y fabulosas.
En la comunidad de las hadas todo era paz y armonía, era una vida perfecta y un hábitat de ensueño. Cuando terminaron de hacer el brebaje, lo sirvieron en unos cuencos de cerámica de diversos tamaños y formas, el mío tenía forma de estrella. Me lo tomé inmediatamente, porque quería descubrir a dónde llevaba la profecía. Esa noche todos los habitantes de Meiga, se reunieron en torno a una gran hoguera. La velada fue maravillosa, quedé expectante al ver cómo las mágicas criaturas del bosque contaban sus sueños e ilusiones.
Los duendes contaban leyendas del bosque, y la verdad es que todo aquello me resultó muy cercano. Disfrutaba escuchando aquellas historias llenas de encanto y fantasía. Tras la gran velada, las hadas tocaron una sinfonía muy armoniosa con la lira. El cielo estaba lleno de estrellas y la luna se reflejaba clara en la superficie de los mares que bordeaban la región. Un viento reconfortante corría acelerado mientras la lira regalaba miles de acordes. El fuego alentaba mi espíritu. Me sentía llena de vida.
Era ya muy tarde, y los habitantes de Meiga se fueron a su morada. Yo me instalé en la comunidad de las hadas. La casa era muy pequeña, pero decorada con encanto y dedicación. Concilié el sueño fácilmente.
A la mañana siguiente me desperté muy temprano. Había dormido de maravilla, como si una alondra hubiera aguardado mi sueño toda la noche. Cuando salí al exterior pude ver un bosque lleno de vida. Los centauros correteaban entre colinas. Los elfos de la luz disfrutaban de su oficio como arqueros. Los duendes cantaban y llenaban el bosque de susurros, lo llenaban de vida y alegría. Como si una estrella viviera toda una eternidad.
Yo también estaba feliz. Me encontraba viva y serena.
Fui a dar un paseo por el bosque, porque quería encontrar la piedra encantada. Estuve varias horas dando vueltas por toda la región de Meiga. Sin embargo no encontré nada. Después de largo rato, a lo lejos divisé un campo lleno de flores de colores vivos. Me acerqué para contemplar su belleza, y cuando iba a coger una de esas flores, encontré una piedra de tamaño medio que llevaba una inscripción muy extraña. Debería ser la piedra encantada, aunque no estaba segura. Caminé varias horas hasta llegar a la orilla del mar, para arrojar la piedra y ver lo que sucedía. Cuando llegué, muerta de curiosidad, tiré la piedra. De repente, pude ver como mis alas de cera se desvanecían al compás del viento, mi ropa se perdió entre el susurro del mar, y mis cabellos se tornaron de otro color. No podía creerlo, pero me había convertido en humano. Poco después, un hada me contó que en realidad todos los habitantes de Meiga son seres humanos. Siempre que tienen problemas tiran la piedra al mar y se convierten en seres sobrenaturales, y cuando quieren volver a ser humanos vuelven a tirar la piedra y regresan al mundo real. Yo al principio no entendía nada, pero poco a poco lo pude comprender. Entendí que el mundo real es muy aburrido, que todos necesitamos evadirnos de nuestro mundo, soñar el tiempo y volar.
Me di cuenta de que sólo los niños saben divertirse, de que las personas mayores no se conforman con lo que tienen. El bosque de Meiga es un lugar en el que no pasa el tiempo. Es un lugar mágico, donde todo es perfecto.
En realidad, todas las personas somos ángeles, todas las personas somos seres extraordinarios que habitamos en un reino sobrenatural. La vida es mágica, es un enigma, una leyenda y una profecía. Un brebaje encantado que día a día tenemos que beber para ser felices, para encontrarnos con nosotros mismo. La felicidad es una flor que nos ofrece oler sus pétalos cada día hasta conseguir hacer un jardín lleno colores, para forjar en el presente nuestros sueños e ilusiones.
De repente, me di un golpe en la cabeza y desperté. Volví al mundo real esbozando una sonrisa y recordando lo bonito que es soñar.



(Relato premiado en el Certámen Literario Albacara año 2007)


martes, 12 de agosto de 2008

De tiempos y amaneceres...


¿De qué sirve venerar mi existencia?
Infantil deseo de un sueño loco,
Ganas de desaparecer de un mundo enfermo
De volar, de cambiar el rumbo.

¿De qué sirve alegrarse de esta vida?
Preludio de una muerte anunciada,
Simbiosis conceptual de un abismo,
Rareza normalizada de algo extraño.

¿De qué sirve sobrevalorar el tiempo?
Tiempo de una existencia frígida,
De un caminar de puntillas
De una senda de cristales.

De nada sirve volar,
Si al final el tiempo,
Me hará caer.

Pero tranquila, conciencia,
Que el tiempo pasa y las luces cambian
Y no todo es negro,
Porque la negrura se vuelve gris.

Caminar hacia moradas ocultas
Donde habitan inhóspitos monstruos.
Al final, tan sólo quedará en mi recuerdo,
la especular construcción de mi misma
De mis mundos íntimos y epidérmicos.
De mi “yo” tejido de piel bruñida
por el sol de la existencia.


Caballos de fuego


Nuestras almas son caballos de fuego
que galopan a la par en un beso
como centellas y lunas de plata,
que bordan llanto y esquivan el miedo.

Se hunde la pena y flota en mí tu verso,
confundiendo fantasía y sueño,
y en la penumbra que esconde el abismo
brota tu voz en corazas de hierro.

Y el corazón rajado en dos y herido,
con astillas de madera y lamento,
sólo busca la cadencia en lo perdido,
curando el existir de un sentimiento.

Ya sin ventura mi alma está vagando,
entre una pasión sincera y un engaño,
y pasea por los parques más oscuros,
para encontrar la luz que borró el llanto.

Descalza avanza dejando atrás los valles,
olvidando aquellas noches que me queman,
donde el único presagio era mirar,
y contemplar el resplandor de las estrellas.

Y no puede haber en el mundo fuerza,
que derribe las murallas donde habito,
no me pueden encerrar tras las rejas,
porque amar fue mi único delito.

Entregarme por entero a una pasión,
cual viento fuerte va arrastrando el miedo,
dejar para siempre mi tierra extraña,
como ave que vuela surcando el cielo.

Tus manos duermen en mi alma herida,
tus ojos son en mí los mil puñales,
que clavó la luz de ayer en mi retina,
llevándome a cruzar los siete mares.

Este corazón de acero vislumbra,
los ojos abiertos del mundo que grita,
de un mundo perdido que no se encuentra,
que sólo por amor daría la vida.

Mi mundo es mágico al estar contigo
has conseguido detener el tiempo,
dejarme el alma con el espejismo
que cierra la puerta del sufrimiento.

Gaviotas vagan entre mil rumores,
como si fueran unos pobres niños,
pintando estrellas de mil colores,
que agonizan al cielo en el delirio.

Déjame añorarte, locura ingrata,
pues ya no tengo fuerzas para hablarte,
hablarte de un amor desesperado,
desesperado corazón de tanto amarte.

Ahora vendrán las tardes que vivimos,
a enjugar el llanto que me embarga,
a colarse entre recuerdos malditos,
que quisieron destruir toda esperanza.

Yo fui sirena y en tus mares lloro,
como lloran las hojas en otoño,
celosas al callar tanto que gritan,
la furia y la nostalgia en cada soplo.

Tengo ganas de luchar por tus ojos,
he sellado mi tregua y ya no espero,
hoy tu alma y la mía se confunden,
trotando por tan áridos senderos.


Nuestras almas son caballos de fuego,
que galopan a la par en un beso.



(PRIMER PREMIO EN LA MODALIDAD DE POESÍA DEL CERTÁMEN LITERARIO ALBACARA AÑO 2007)





Sorbitos de vida y una quinta justa




Es esa sensación. La misma sensación que me alivia y quema cuando me paso toda la tarde escuchando “La Lista de Schindler”. Y piensas en todo lo perdido, en las batallas robadas, en los sueños ya gastados, fusilados, robados en jirones y pesares a la misma luna inquieta que nos vela en esta noche azul. La misma sensación de cuando me dices que me quieres y yo no me lo creo mucho, la misma sensación de cuando todo es perfecto sólo para mí, y todo se resume a un arco iris sin tregua que no acaba. La misma sensación de un pájaro sobre nuestros estómagos, a la sangre coagulada o a las gotas de lluvia recién caídas. La misma sensación que siento ahora, la misma que me haces sentir a cada instante, como si el mundo fuese un lugar oscuro y frío y nosotros dos almas pintadas con ceras de colores. La misma sensación que sentí cuando acaricié por vez primera una pluma, o hundí mis manos en un saco de garbanzos, o te acaricié despacio, bajo mil estrellas fucsia y esmeralda. La misma sensación de cuando el cielo no era de nadie, ni siquiera nuestro y temblabas con un sudor frío, y todo se parecía a la mágica armonía que forma un acorde perfecto mayor, y me besabas mientras mirábamos la mágica unión de una tercera mayor y una quinta justa o la vela de un barco erguida por los azotes de un viento cierzo, o el sonido de un violín ronco, melancólico, con una “tristitia” existencial. La misma sensación de cuando fluye cada nota en el piano, de cuando te escribo estas tonterías que me irradian vida, que me ponen alas, que me aguardan sueños y realidades. Fantasías robadas a un crepúsculo de niebla. La misma sensación que tiene una princesa cautiva, exhalando la última gota de aliento, el último sorbo de vida. Todo se resume a eso. A esa misma sensación. Conseguir almacenar pequeños sorbitos de vida.

Nadie está solo.
Porque el mundo no lo quiere,
Porque no lo quiero yo,
Porque siempre te acompaña,
Por donde quiera que vayas,
Una sonrisa, una voz.

Puentes y travesías


Fácil es tirar un muro,
Cruzar un puente
E ir de lado a lado,
Volver la vista atrás
Y encontrarnos al presente
Y encontrar el sendero,
Y encontrarnos con todo,
Aquello que perdimos,
Aquello que dejamos,
Tras la sombra del abismo,
Donde el vivir es extraño.

Fácil es saltar un charco,
Fácil es pasar fronteras,
E ir de lado a lado,
Sin volver la vista atrás
por miedo a cualquier daño,
Donde la escalera de la vida,
No escale más peldaños
Para encontrarnos con todo,
Todo aquello que dejamos
Y respirar el aire puro
De un ave que vuela en raudo.

Y aún más fácil resulta
Vivir con los ojos vendados,
Para sonreír ausentes
Al eterno desengaño
Y no tener otra meta,
Y no encontrar otro agravio
Que abandonarnos sin rumbo
Al país de los fracasos
Donde los duendes no velan
Donde no existen los sabios
Donde solo existen brujas
Donde sólo existen magos,
Donde la luna no brilla
Por miedo al reflejo del lago,
Por miedo a vivir un futuro
Teniendo presente el pasado.


Y aún más fácil resulta
Vivir sin pasado visible,
Pero olvidarte nunca,
Porque ni el sol y la lluvia
Ni las estrellas quieren
Olvidarte es imposible
Y amarte eternamente
Será el destino que me lleve
Hasta tirar esos muros
Hasta cruzar esos puentes
Hasta encontrarme perdida
En la mirada de siempre
En tus ojos de inocencia
En tus labios y en tus besos
En la mirada perfecta
Cuya caricia es el cielo.
El cielo que nunca tuve
Y nunca tendré por miedo,
Miedo a lo desconocido,
Miedo eterno al propio miedo,
Miedo a quedarme sola,
Miedo a perderme contigo
Con las manos rotas
Y el caminar perdido.
Con los ojos desgarrados,
De buscarte sin hallarte,
De vivir en el presagio
De naufragar por los mares.
Por el mar de mis sentidos,
De mis ojos anhelados
De caricias y de besos
Y de sentidos robados.
Pero no sueñes ni creas,
Porque olvidarte no puedo,
Pues con el alma te adoro
Y con el corazón te quiero.



(Febrero de 2006)

Como niños...


Aquí estaré,
Para darte confianza
Para correr si es que hace falta,
Para pararme sin pausa,
Para abrazarte la espalda.
Para besar con la mirada,
Para hablar sin decir nada,
Para rogar: “no te vayas”,
Para que vuelvas a casa.
Para volar sin mis alas,
Para acallar la palabra,
Para refugiarte en calma,
Para abrigar esperanzas,
Para decir: “fuimos niños,
Que aún estando en la distancia,
Siempre y sin pausa se amaban…”



(Septiembre de 2005)

VERSOS DE POETA


VERSOS DE POETA


Cuando cayó la primera estrella
desde el mismo cielo,
despertó en mí la imaginación
de escribir versos
que me decían que mi ilusión
era ver cumplir mi sueño,
y me tuve que poner
a escribir todo esto:

Si el sol ilumina cada mañana,
será porque nos brinda su esperanza.
Si las nubes me despiertan,
será porque me quieren dar su fuerza.
Si el arco iris se refleja hermoso,
será porque la lluvia le mojó sus ojos.
Si la luna me sonríe cada noche,
será porque me espera en su torre.

Pero no entiendo por qué
si el mar pinta mi reflejo,
lo hace, lo esconde,
y se lo lleva tan a lo lejos,
no sé por qué escribo
en la arena dorada
tus pensamientos
y se los lleva tan extraña.
Serán respuestas
que tus ojos me contestarán,
y me dirán al son del viento
qué sucede por volar.

Yo volando, alzada a un pajarillo,
sigilosa escuché el trinar tan fino,
y dije desde lo alto y mucho más,
que quería volar, volar y volar.

Yo me dije en un sueño muy raro,
que la luna es la sonrisa de un gato,
y que en un espejo del color del cariño ,
se miraba la reina del peine amarillo.

Hice un escrito en el cual ponía:
Que todos los niños lloraban con sonrisa,
que cada reloj marcaba su propia hora,
que nunca existió el mundo de la envidia.

Nunca es tarde para volver de la sombra,
nunca es pronto para volver del ayer,
nunca escucho el sonido de una ola,
pero siempre la imagino y la veo mecer.

Si caminamos por muchas calles,
y aspiramos el olor de la brisa,
podremos ver mucho antes,
que el abrazo de ésta evoca justicia.

Y también debo afirmar,
que un pequeño duendecillo,
hizo que pudiera soñar,
susurrándome al oído,
y también debo decir,
que una bruja con escoba,
me quiso confundir diciendo,
que la lluvia estaba rota.

Y quisiera poder tocar
las altas nubes,
subirme a ellas
que son tan azules,
cuánto me gustaría
tocar la amistad,
para que me diera
ese valor tan especial,
y si yo supiera
llegar hasta Marte,
iría sin dudar
a ver quién lo invade,
y hablaría con los marcianos,
de verde vestir
y les contaría
lo que hacemos aquí,
y si desde un barco enorme
pudiera gritar,
y decirle a la gente
lo que es libertad,
alcanzaría ese deseo
que me gustaría cumplir,
para contarle al mundo
lo que es vivir.

Vivir es realidad, soñar es inventar,
viviendo el día a día, soñando sin verdad.

Los sueños fascinantes,
se ocultan en mi mente,
cada noche, toda ella,
y recuerdas al día siguiente,
es algo fabuloso,
ese verbo, el soñar,
es algo tan hermoso,
como vivir sin maldad.

Una palabra no dice
todo lo que un gesto significa,
una frase no esconde
lo que una mirada tan noble,
y un pequeño experimento
no puede hacer verdad
lo que la naturaleza
nos quiere hacer mostrar.

Todos los ríos parecen de plata,
tan cristalinos y de verde esmeralda ,
todas las estrellas parecen luceros,
que iluminan, en noches de invierno.
Toda la hierba, conjunta el paisaje,
con árboles y hojas caídas en valles,
y todo lo nuestro nos da tantas cosas,
nos explica todo lo que vale una rosa.

Un rosa con espinas está triste un su rosal,
y no sabe la alegría que te da el caminar,
esa rosa es tan hermosa, es tan frágil, de cristal,
y no sabe que está llena, de virtudes al pasar.

Pasa un niño y la observa, no la sabe valorar,
no sabe apreciarla, ni hacer valer su claridad,
pero ella se resigna, y se queda en humedad,
tan contenta porque el niño la ha venido a visitar.

Qué puedo escribir que no sean letras,
qué puedo pintar sino una silueta,
dime qué debo pensar sino en un futuro,
por qué tengo que ver este cielo tan oscuro.

Ya se ha puesto el sol y dejado su sombraje,
ya nos dijo adiós, se fue a su casa grande,
ya nos dio calor durante todo el día,
que sea la luna la que brinde su alegría.
El cuarto creciente dibujado ya está,
ya no se esconde, no podía esperar más,
ya se ha decidido a hacerse presente,
en los corazones de toda la gente.

Alumbra cual claro candil,
y dice callando que quiere brillar,
que anhela ser bonita estrella,
de esas que se ocultan bellas.

De repente en su interior,
hay algo que le está diciendo,
que ser la plateada luna,
es un trabajo muy secreto.
Que luna sólo hay una,
que hay estrellas a millón,
que la luna es la protagonista
de la noche y con mucha razón.

Tras la noche un nuevo día ,
esperándote radiante está,
y descubrirás más cosas,
tantas que quieres esperar.

Y en esta historia fantástica,
no puede jamás faltar,
que relate la historia,
de la niña de cristal.
Iba vestida de fantasía,
de puro y lindo soñar,
de belleza y melodía,
que no paraba de cantar.

Su sueño y su vestido
eran todo su equipaje
su sueño era cantar,
su vestido tul y encaje.

Y una tarde en su banquito,
el del parque del soñar,
Se imaginó su vestido,
Y se puso a recitar:

Poco espero y más no mucho,
nada quiero más que este mundo,
y lo que espero ya lo tengo,
pues son mis horas y mi tiempo.
Y mi gran soledad me hace saber,
cuánto valoro lo que tengo,
cuánto valoro cada bien.
Y con su vestido imaginario,
su tiempo y su cantar,
pasaba cada largo año,
sin aburrirse jamás.

Y tras finalizar estos versos,
recién brotados del corazón,
yo seguiré siempre escribiendo,
al ritmo marcado por la ilusión.



(PRIMER PREMIO EN LA MODALIDAD DE POESÍA DEL CERTÁMEN LITERARIO ALBACARA 2005)