miércoles, 20 de abril de 2011

Diagnosis para un cerebro anestesiado





Sucede que no piensan los gorriones,

y es tarde para el verso y la p o e s í a,

los prólogos y epílogos de un libro

se quiebran en p a l a b r a s

que no se reconocen y no importan.



Sucede la tristeza de los taxis

parados en la puerta de los bares,

llamando a gritos,

y denigran mi alma mientras tanto,

y tanto que tan poco ahora importa.


Sucede la ignorancia colindante

a los pies de la cama de los muertos
y la estela terrible del ocaso.



Y además de la luz, el verso y sus delicias

se muere aquel cerebro anestesiado,

luchando por ser alma.



Yo sé el albo crujir desde la tierra,

su cisma, inanidad...





Y los rebaños yermos deambulan por las calles

de esta ciudad con sus ojos abiertos.



Pudiera ser la Divina Tragedia

del Siglo de las sombras,

repetir con las mismas voces tristes:

¡Yo quiero que me
clonen!


Habitantes o copias de un Madrid

de artificiales nubes.




Pero no televisan las miserias de Uganda.





Y sucede la luz,

y uno guarda en un estuche

la fiebre y el sudor exclamativo,

preguntándose

por qué sortijas de platino absurdas

decoran ya las lunas
del cristal del Corte Inglés;

preguntándose

por qué no hay paraíso ni lumbre incandescente,

por qué si diagnostican la tristeza

el hombre vive en risa, mientras tanto.



Sucede que no piensan los gorriones,

sucede que la tele está encendida

y voces como espectros me interrogan,

preguntándome

por qué seres humanos fotocopias

adulan al compás con sus cabezas.




Y están ahí, parados, diletantes...
En ese blanco abismo de la luz:

entre el Infierno amoral,

y el Paraíso,

que ya perdido,

está para perderlo.






Primer Premio del Certamen Literario de Poesía,

Universidad de Murcia 2011