lunes, 18 de agosto de 2008

Falacia intrínseca y biógráfica de un mendigo





Beko se levanta todos los días poniendo una sonrisa de inconforme espíritu en su rostro. Permanece callado, in albis, mientras se despereza en el estupor nostálgico y pintoresco de la Rue du Faubourg, entre el canto apasionante de los artistas parisinos. Siempre lleva la misma ropa, una camisa de lino arrugado que en un principio era blanca pero ahora se torna de un matiz amarillento. Sus pantalones están rotos y viejos, aunque por su color no parecen estar sucios. Encierra su corazón bajo un abrigo de pana muy desgastado y sale a pasear.
Todos los días va a visitarme a mi trabajo, me cuenta en lo que se resume su vida. Enciende un cigarrillo y observa como se consume con extremado estoicismo. Me sorprende ver aquel vaho espeso que conforta mi hálito y me desgarra, y me tienta a fumar, y me llena de nostalgia y me produce solvencia. Pero mientras fuma yo lo miro y me encojo de hombros, y lo observo con detenimiento como si fuera un espectro que vaga como una cebra rabiosa por un mar de labios rojos.
Y yo, Ramiro Santana, que trabajo en un humilde puesto de periódicos, lo escucho cada día con una atención magnífica. Beko ríe a carcajadas cuando le cuento que estoy pensando crear un negocio propio, para salir de esta miseria de empleo. Me reconforta trabajar entre letras, compartir mi vida entre noticias y gastar mi tiempo entre papeles. Me reconforta pero a la misma vez me produce una tristeza insondable, un deseo vano de despedazar cada una de sus letras, de acabar con todo y de acabar conmigo mismo.
Sí, ni es narcisismo, ni nihilismo, ni estoicismo, ninguna filosofía clásica ni moderna podrán definir mi estado de ánimo, ni siquiera es nada, ni vacío. A veces me abruma el polvo desalentado. Observo las calles sucias y polvorientas, tan polvorientas como Beko, y quizá mi mente revolotea pensando que son cosas de este mundo cargado de hedonismo, de pasiones desenfrenadas que conducen a la miseria.
Mientras hablo con Beko, él sigue fumando. Me cuenta que siente como su vida se consume como aquel insignificante cigarrillo. Yo trago saliva. Me resulta original la forma en que mi amigo cierra los ojos, ya que concluyen como una cortina que se arrastra a través de sus pestañas. Pero… ¡bagh! ¡Qué insignificancia la mía! Mientras permanecemos callados en mi puesto de periódicos vemos pasar a Lola, el gran amor de Beko. Mi amigo la observa con arrogancia, incluso con una mirada devastadora que arrasa su espíritu después de embellecerlo. Me dice que disfruta viendo cómo bebe y fuma mientras contempla las estrellas desde su balcón. Me cuenta que todas las noches se asoma a una pequeña ventana y luego ve su silueta marcada por el trasluz de la cortina.
Dice que aquella insólita mujer riega los geranios todas las mañanas y salpica con la regadera a los vecinos, que se enfadan y suben llenos de ira a reclamarle.
- Pero… ¡Qué adorable es Lola! –me dice mientras la observa embobado. Mientras la vemos pasar, Beko la mira con impaciencia. Observa sus pasos de cristal que se tornan frágiles sobre unos tacones de una altura vertiginosa. Tacones de azúcar que reflejan la simbiosis puntiaguda de una vida inefable.
Mientras la sigue mirando con presupuesta intuición, me dice lo mucho que le gustaría hacerle el amor en delicadas sábanas de seda, mientras ella se muerde las uñas con una voracidad terrible. Además, a mi amigo le encantaría fumar desnudo en su balcón, envuelto en una sábana que cubriera escasas partes de su cuerpo. Bonito ¿no? ¿Qué va a ser bonito?
Esta vida es una mierda, si. No es más que la escoria que entre todos hemos ido dejando a lo largo del tiempo. Da asco pasear por las calles y encontrarse con tanta miseria, ver los ojos estrangulados de la gente, las gargantas ahogadas a punto de pasar por una guillotina que sentencia para siempre el porvenir. Sentir cómo nos falta el aire, cómo nos vamos muriendo poco a poco en este mundo cruel y conformista, en este mundo que nos tiene amordazados, esclavos y libres, cobardes, traidores, simpáticos, rabiosos, esperanzadores… Todos vamos a ir a parar al mismo pozo, a la cumbre del olvido, a la cúspide de la nada, a la sombra del vacío… Es así y me duele que sea así. Me ahoga y me aplaca la mordaza que Dios sostiene sobre mis ojos hirientes.
Al rato, Beko se despide de mí y yo lo veo avanzar por la pintoresca Rue du Faubourg de Paris. Sigo sus pisadas hasta que sus pasos se ven confundidos con las hojas caídas de los árboles, que preludian el cercano otoño. Hace un viento rocambolesco y muy alejado a la estación estival. Tengo frío. Busco una caja de puros y mientras permanezco en un puesto de periódicos, me fumo uno. El humo nubla mi vista y pienso en mi amigo. Estoy deseando cerrar el humilde puestecito para irme a casa y destapar una botella de buen vino, y llamar a Beko y compartir esa botella con él.
Llego a mi casa y Beko me está esperando en la puerta, parece cansado y apesta a alcohol. Sus ojos miran rumbo a ninguna parte, lo encuentro perdido. Lo llevo hasta mi casa y se tumba en el sofá. Trato de tranquilizarlo, porque siento que su espíritu roza la hedónica sensación de un placer irreprimido. Me cuenta que ha ido a visitar a Lola. Dice que lo ha hecho el hombre más feliz del mundo.
- ¿Feliz? –Me digo a mí mismo- ¿Acaso existe la felicidad?
Al rato prosigue. Me dice que esta tarde ha estado con Lola, y que le ha hecho el amor en delicadas sábanas de seda. Luego me cuenta detalles que a mi parecer son intrascendentes, como por ejemplo la ropa interior de encaje que le arrebató con una voracidad terrible cuando estaba a punto de llegar éxtasis amoroso. Mientras lo escucho, la vida me resulta más amarga aún. Siento el pesar como una piruleta de alquitrán que saboreo con patente conformismo. Pareciera que a mi amigo lo hubiera absorbido el mundo de la lujuria, y mientras tanto yo busco en los laberintos de mi alma, sin apenas escucharlo.
Subimos a mi casa y abrimos una botella, le dejo que se dé una ducha y le presto ropa para que se cambie y se asee. Sigue hablándome de Lola. Y yo, Ramiro Santana, el mismo hombre que trabaja en el humilde puesto de periódicos, le digo que se venga a vivir a casa, que ya lleva demasiado tiempo vagando sin rumbo por las calles de París. Él acepta, pero con tristeza en su rostro, con un gesto como de lástima y pena mezcladas o como de pena y lástima mezcladas.
Aquella noche nos bebemos una botella de pacharán e incluso bajo los efectos del alcohol y la embriaguez, Beko sigue hablándome de Lola. Me habla de la supremacía de sus pechos, de la perfección de sus labios, de la solidez de sus pensamientos. Sin embargo, a mí me extraña mucho que una mujer tan bella como Lola acabe fundida en los brazos de Beko. Por qué Lola, Lola es dueña de una perfección cuántica, es realmente bellísima y una mujer rabiosamente atractiva. Al día siguiente voy al trabajo y Beko sale a deambular de nuevo por las calles y así un día y otro. Hasta que pasa algo terrible. Mientras voy paseando con mi amigo, vemos una esquela: “Defunción: Lola Dómine Sabagni”. Y es que por un capricho del destino, Lola había muerto, y el corazón de mi amigo también yacía poco a poco, en un lecho de irremediable muerte. Nunca más se supo de los motivos de su muerte, y la vida siguió avanzando y con ella pasó el tiempo.
Un día Beko me dijo que se sentía orgulloso de ser un mendigo, porque los únicos que son libres son los mendigos y los filósofos. Los mendigos porque son libres y dueños hasta de su propia miseria, y los filósofos porque los libra su pensamiento. En realidad, Beko antes tan sólo era un rico infeliz que lo perdió todo y encontró el sentido a su vida en la miseria. ¿Por qué…? ¿Qué resulta más miserable que vivir en este mundo? ¿Hay otro castigo peor que tener que habitar un espacio que nos ahoga? ¿Hay algo más terrible que vivir censurados por el qué dirán? ¡Que se abra el telón! ¡Bienvenidos todos a la sociedad del espectáculo!
Ahora Beko se dedica a deambular por las calles para encontrar aquella esencia que perdió con tanto dinero. Trabaja en un empleo que se llama nada y su nombre es nadie, tal vez por eso, Beko sea mi mejor amigo.

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