lunes, 15 de diciembre de 2008

El lugar más bello del mundo





Los días son muy tristes en octubre, hace un calor menguado por la brisa de las cumbres y es precioso sentarse frente a un lago y contemplar a lo lejos un cielo de escarcha barriendo el hastío de las tardes. Es estremecedor atisbar la cortina de lluvia que se refleja en las sombras. Porque octubre es sombrío y bello, mágico como el sonido del piano, como el ronco lamento del violonchelo.
En octubre hay una tristeza peculiar, es un tiempo arraigado en lo pretérito pero que no consigue saborear las sensaciones presentes.
En octubre, revolotean en mi cabeza, las emociones que llevo esperando todo el año, como una profecía que se cumple justo en ese mes. Es un legado en donde no cabe sino la realización de los sueños e inquietudes que de algún modo, me han acompañado durante mucho tiempo.

Y mientras tanto, yo pensaba mucho en eso. Pensaba en Octubre, pensaba en la lluvia, en las flores marchitas, en el color de las almas, en el sabor de la tristeza, en el despertar de los sueños… Pensaba en todo eso cuando me dijeron que a Berta le gustaba el mes de octubre. El sabor del rocío, las flores deshojadas por el tiempo, el vapor humedecido de la lluvia, y los chopos lejanos.
A Berta le gustaba o al menos eso me dijeron en clase cuando pregunté por aquella chica. Aquella chica que me inquietaba de una forma sobrenatural, y cuando pregunté por ella, me dijeron que le gustaba leer a Bécquer en otoño, y yo, la contemplaba cada tarde, tras cruzar el umbral de la academia., la seguía mientras se aproximaba a un estanque perdido, a orillas de un río de aguas diáfanas, de aguas nuevas y claras, que se tornaban azuladas con la caída del crepúsculo y en donde el sol brillaba con una levedad atenuada. Era esa levedad de cuando hay mucha felicidad en las almas, pero uno no sabe cómo explicarlo y todo se reduce a la límpida sonrisa brillante en los labios satisfechos de un niño.
Allí pasaba cada tarde. Ella; sentada en una pequeña piedra junto al estanque, y yo; escondida tras un inmenso árbol de bellotas, prófuga en aquella mágica aventura de fundir en palabras recubiertas de silencios nuestros mundos interiores. Era la luz mojada del resplandor de la existencia, porque la existencia tiene un resplandor bellísimo y muy luminoso, como un candor de destellos hermosos y sombríos. Un resplandor verde-azul o azul-verdoso, según refleje la claridad.
Todos los días era igual, al acabar las clases, Berta tomaba rumbo hacia aquel lugar solitario, en donde era fácil perderse entre palabras y ensoñaciones, y yo; la seguía embobada, asombrada del misterio. Porque Berta era muy misteriosa. No se parecía a ninguna otra adolescente.
Al asomarse a sus ojos, era fácil disipar el abismo blanco incandescente que se escondía tras ellos, unos ojos inmensamente bellos pero de tristeza insondable, porque algunas cosas bellas son muy tristes aunque hermosas. Y Berta era hermosa aunque triste y yo la admiraba e imaginaba sus pupilas dilatadas, sus enormes ojos, su juventud perenne, su rostro lleno de vida, como si aquella juventud infinita nunca fuera a acabarse, como si aquella juventud fuera a aguardarla todos los momentos de su vida.
Todas las tardes leía a Bécquer y yo observaba ese gesto de satisfacción en su cara, adoraba ese rostro de niña, de adolescente mística aprendiendo a desatar sus abatidas alas, lanzándose por fin en raudo hacia miles de momentos eternizados.

Volaba cada tarde, era como un viaje a ninguna parte, en el que lo único que importaba era partir, irse, desaparecer y aparecer en otro cielo. Un viaje que no tenía regreso, pero que Berta realizaba con la esperanza explícita de llegar a alguna parte y encontrarse con alguien o con algo. La veía sonreír y de vez en cuando, su rostro enfatizaba una carcajada.
Jamás musitó palabra alguna. Era prófuga del silencio, cómplice de sí misma en soledad sonora.
Un día, tras semanas persiguiéndola, descubrí que no llevaba su libro de poesía. Permanecí perpleja en mi escondite. En los instantes próximos, la observé sacando una hoja de papel (era el inconfundible candor de una hoja, del roce sicalíptico, casi venéreo del papel ajado).

Comenzó a escribir y yo, no hacía sino por adivinar qué se escondía detrás de cada garabato. ¿Cómo era posible que mi curiosidad llegara hasta ese punto?
En realidad, yo no sabía nada de aquella muchacha, sólo que se llamaba Berta, -tras colarme en Jefatura con la excusa de entregar unos documentos-, sabía eso y que le gustaba el mes de octubre. Sabía que su cara era un precipicio de soledad y eternidades. Sabía que pronto sabría muchas más cosas de ella. Era la intuición predilecta de que algo me llamaba, de que alguien me estaba llamando, me estaba esperando con los brazos abiertos, dejando huellas para que continuara sus pasos. Cómplice también de sus pisadas, de la senda de la vida.
Apenas me había cruzado con ella un par de veces por los pasillos, pero ahora comprendí que aquella adolescente, se parecía inmensamente a mí –o yo inmensamente a ella-.

En un impulso, casi en un estrago o un soplo, en un balbuceo tonto del ego -instante robado al más indulgente olvido- me acerqué a ella:

- ¡Hola, soy Adriana! ¿Qué haces aquí? –pregunté-
- Estoy escribiendo poesía. –me dijo con amabilidad-
- ¡A mí también me encanta la poesía! –contesté atónita y asombrada-

Me contó que venía a este paraíso edénico alejado del mundanal ruido, desde hace poco tiempo. Me dijo que ella misma había coronado aquel locus como “El lugar más triste del mundo”. Afirmó que allí se sentía plena y realizada. Que añoraba esa soledad tan mágica de creación propia. La soledad de las aguas, del rumor del viento, de la lejanía de la lluvia, del sabor de la tierra.
Entonces le pregunté porqué lo había llamado El lugar más triste del mundo”. Ella me explicó que como dice Manuel Rivas “existe una clase de melancolía que no atrapa, sino que nutre la libertad. En esa melancolía como espuma en las olas se alzan los sueños”.
Quedé tan asombrada que no supe qué contestarle, pero tras un rato conversando, la convencí para que coronara ese maravilloso lugar como: “El lugar más bello del mundo”. Me costó que cediera a mi ofrecimiento, pero lo conseguí.
Le expliqué que todas las cosas tristes no tienen porqué ser bellas, en cambio algunas cosas bellas sí que son muy tristes. La creación artística, es hermosamente triste y bellísima, y por eso nos conmueve, porque la tristeza conmueve. Porque existe una bellísima tristeza en la contemplación de la creación artística.

Estaba feliz, se había cumplido algo que creía imposible. Desde entonces Berta y yo, somos grandes amigas. Y siempre que podemos, nos alejamos de todo lo que nos rodea y visitamos éste nuestro “Lugar más bello del mundo”.
Conversamos largo rato sobre Tolstoi, Salman Rushdie y sobre las lágrimas negras de Alice Cooper. A medida que la escuchaba, me daba cuenta del destino caprichoso que con sus hilos nos conduce a cada uno a nuestro lugar. Había encontrado a la amiga que siempre había querido tener a mi lado.
Era el destino ataviado desde épocas pretéritas, desde lugares ignotos, era la profecía de antaño, la promesa esperada, el bálsamo anhelado durante tantos años. No me sentía sola, no estaba perdida. Ahora estaba segura de que la poesía no había muerto. ¡Estaba viva! –tanto o más que yo. Me vi nuevamente respirando poesía -¿O acaso la poesía me respiraba a mí? Y encontré unos versos que me miraban, los versos de mi amiga Berta. -¿O era yo la que los miraba a ellos?-.
La poesía tiene una esencia que sólo poseen muy pocas cosas en este mundo. Tiene la capacidad de convertir las letras en imágenes, de crear un mundo distinto, nuevo, en donde priman las sensaciones gratificantes del alma. Es el placer de leer y vivir, de soñar y sentir al mismo tiempo, porque no hay realidad sin deseo y no hay tristeza sin belleza.
Porque poesía es cualquier cosa que nos haga estremecernos, poesía es la magia de vivir y soñar al mismo tiempo, poesía es robarle sonrisas al miedo, poesía es El lugar más bello del mundo.
Porque como dijo Bécquer en su Introducción sinfónica al Libro de los Gorriones, la creación artística es necesaria para “abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo”. La poesía es pura catarsis, redención del miedo, purgación del ineludible destino, así “Por los tenebrosos rincones de mi cerebro... duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo”.
Me siento viva al recordar que todavía hay gente que derrocha sensibilidad por las cosas, aún quedaba esa esencia que habían carcomido los relojes de tristeza, las normas preestablecidas. Gente que sabía distinguir la sutil diferencia entre permanecer quieto, viendo como la vida te vive a ti, o caminar por sendas intricadas, -caminos de escorzo y sendas de pernada- exponiendo las almas a la luz de la verdad.
Me gusta Octubre. Me gusta el sabor de la luz muy clara de la mañana. El crepúsculo intermitente de la tarde, el vuelo de las alondras, la palabra “evanescencia”, mirar las estrellas cuando llueve y El lugar más bello del mundo.
La poesía me respira, y yo la respiro a ella, y vuelo y me elevo. ¿Quieres seguir mis pasos en este viaje de versos? Ven, coge mi mano y vuela conmigo.


Primer Premio de Narrativa del Certamen Literario Albacara (2008)





9 comentarios:

Anónimo dijo...

"Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!"

¡Qué bien lo dijo Gustavo Adolfo!

Mientras haya espíritus que alcen el vuelo, abandonando la inercia de la mente y la estrechez del corazón; mientras haya espíritus que sean como tierras fértiles a las que la lluvia del dolor y el lamento no ahogue, sino que dé nuevo y espléndido vigor al hacer germinar las semillas sedientas de vida en aquéllas sembradas; mientras las soñadoras notas de un chelo ariádnico y una guitarra dionisiaca puedan armoniosamente abrazarse; mientras haya una chica hermosísima como tú, Carmen, dueña de una belleza imperecedera -pues nace de tu dulce alma perfumando y revitalizando todo lo demás-; mientras todo esto -quizás milagrosamente- siga así..., ¡habrá poesía!

Nos vemos en el lugar más bello del mundo.

Siempre dispuesto a volar contigo en un viaje de versos (los besos de la poesía),
el guitarrista dionisiaco que nació para que la música de tu alma no muera.

lichazul dijo...

el lugar más bello
es aquel en donde están los afectos y las alegrías:-)

muakismuakis

PinUp dijo...

Ariadna, estaré encantadísima que vuelvas a pasarte por mi blog, y te aseguro que yo por el tuyo también... ;)
Un placer descubrirnos :D
Tu blog es todo corazón... un pedacito muy personal de ti, me ha gustado mucho!

Muaksssssssssssssss!!!!

Anónimo dijo...

Hola wapisima, qué tal todo? preparando ya las navidades y el gorro de papá noel?

besitos!!

Anónimo dijo...

No me extraña el Premio. Es una delicia. Derrocha talento.
No hay nada como leer un precioso texto antes de irse a la cama.
Espero que vaya todo bien al otro lado, amiga y que estés disfrutando de las fechas que se avecinan. Sé feliz y no dejes nunca de soñar. A tu lado de forma incondicional. Besos y cuídate.

Anónimo dijo...

Por cierto, el lugar más bello del mundo, siempre está dentro del corazón de la persona a la que se ama. Hasta pronto, encanto.

Castrodorrey dijo...

Es precioso este relato. Magnífico. Cordiales saludos de un poeta aficionado. Me haré tu seguidor incondicional.

இலை Bohemia இலை dijo...

Existen tantos lugares bellos, uno es este rincón, al menos me ha parecido tan confortable mientras te leía...
un abrazo grande!

la chica pirata dijo...

Octubre, mi favorito...