Nadie puede contemplar el sol clarísimo de la mañana, cuando la luz aún no es luz pero quiere tornarse claridad y hay destellos que parecen venidos de otro tiempo a usurpar el olor de la tierra. Es enero. Muy temprano y hay olor a lodo en esta habitación pequeña y oscura. Mientras todo calla en soledad, abro la ventana y contemplo la ciudad devorada por las sombras del porvenir. Permanezco embobada mirando horas y horas tras el ventanal redondo de la habitación y pienso en cómo sopla el viento de una forma tan leve, sin mover apenas las horas de los árboles.
Al tiempo que sigo oteando por el ventanal, Layla se despierta y me roza la espalda. Es pequeña y tímida pero muy dulce. Es una niña preciosa que tiene cinco años de edad biológica y tal vez quince cuando te paras a mirar sus inmensos ojos que se tornan verdosos con la claridad del sol blanco de enero. Me mira y me sonríe y a mí me inspira una ternura infinita: sus tácitos pensamientos, sus manos blanquísimas como la nieve, sus ojos de escarcha a los que el tiempo aún no les ha sacado el brillo amargo de los años. Es bellísima pero no puede hablar, pero se comunica conmigo por sus ojos de cercanía inmensa, donde la tristeza aún no ha tocado fondo y los sueños permanecen y hacen amago de volar. Entonces clavo mis ojos en las dilatadas pupilas de Layla y parece que todo cambia en un instante, y la observo mecer su alma sobre mi corazón golpeado y derruido. Escucho su sonrisa y le dedico esas palabras que ella nunca podrá narrarme aunque me cuente miles de historias con sus ojos, con sus ojos de enero infinito.
Y me gustaría contarle que quizá cuando crezca descubrirá que la vida no es lo que ella piensa. Que la vida no es ese paraíso donde siempre imaginó vivir. Porque la vida no es todo eso que creen los niños llenos de ilusiones que pasean por el parque mientras saborean una piruleta. La vida no es eso. Pero Layla tampoco me responderá nunca, porque no habla. Y yo le contaré cuentos y canciones para que se duerma y en su corazón habite esa magia de cuando no sabemos nada y no lloramos nunca.
Y así me sentiré vivir un poco más mientras contemplo el sol blanco de enero. Layla se ha quedado dormida con mi canción y ahora sueña quizá con esta maravillosa tierra donde habitamos. Entonces la contemplo bellísima y silente. Y le digo en susurros casi imperceptibles: “Si tú algún me hablaras. Extendieras tu voz como un hilo de espuma… Si tú me dijeras tan sólo Carmen, si me llamaras y yo te sonriera tranquila, quizá todo sería hermoso y brillaría un sol de colores fluorescentes, con rayos fucsia y turquesa.”
Y es entonces cuando me doy cuenta de cómo el lenguaje maquilla con las palabras las cosas imposibles, y sé que ese “si…” implica toda imposibilidad. Y entonces siento que Layla duerme tranquila y cierro los ojos un poco y sueño tranquila, y es entonces cuando Layla me habla… muy despacio y con voz sutil que parece un hilo de espuma y es casi imperceptible, pero yo la escucho y casi lloro emocionada y la abrazo fuerte y la escucho, y escucho cómo me dice : Carmen.
Y todo tiene sentido y hablamos mientras contemplamos el sol blanco de enero que cubre de tonos fluorescentes nuestras almas.
Al tiempo que sigo oteando por el ventanal, Layla se despierta y me roza la espalda. Es pequeña y tímida pero muy dulce. Es una niña preciosa que tiene cinco años de edad biológica y tal vez quince cuando te paras a mirar sus inmensos ojos que se tornan verdosos con la claridad del sol blanco de enero. Me mira y me sonríe y a mí me inspira una ternura infinita: sus tácitos pensamientos, sus manos blanquísimas como la nieve, sus ojos de escarcha a los que el tiempo aún no les ha sacado el brillo amargo de los años. Es bellísima pero no puede hablar, pero se comunica conmigo por sus ojos de cercanía inmensa, donde la tristeza aún no ha tocado fondo y los sueños permanecen y hacen amago de volar. Entonces clavo mis ojos en las dilatadas pupilas de Layla y parece que todo cambia en un instante, y la observo mecer su alma sobre mi corazón golpeado y derruido. Escucho su sonrisa y le dedico esas palabras que ella nunca podrá narrarme aunque me cuente miles de historias con sus ojos, con sus ojos de enero infinito.
Y me gustaría contarle que quizá cuando crezca descubrirá que la vida no es lo que ella piensa. Que la vida no es ese paraíso donde siempre imaginó vivir. Porque la vida no es todo eso que creen los niños llenos de ilusiones que pasean por el parque mientras saborean una piruleta. La vida no es eso. Pero Layla tampoco me responderá nunca, porque no habla. Y yo le contaré cuentos y canciones para que se duerma y en su corazón habite esa magia de cuando no sabemos nada y no lloramos nunca.
Y así me sentiré vivir un poco más mientras contemplo el sol blanco de enero. Layla se ha quedado dormida con mi canción y ahora sueña quizá con esta maravillosa tierra donde habitamos. Entonces la contemplo bellísima y silente. Y le digo en susurros casi imperceptibles: “Si tú algún me hablaras. Extendieras tu voz como un hilo de espuma… Si tú me dijeras tan sólo Carmen, si me llamaras y yo te sonriera tranquila, quizá todo sería hermoso y brillaría un sol de colores fluorescentes, con rayos fucsia y turquesa.”
Y es entonces cuando me doy cuenta de cómo el lenguaje maquilla con las palabras las cosas imposibles, y sé que ese “si…” implica toda imposibilidad. Y entonces siento que Layla duerme tranquila y cierro los ojos un poco y sueño tranquila, y es entonces cuando Layla me habla… muy despacio y con voz sutil que parece un hilo de espuma y es casi imperceptible, pero yo la escucho y casi lloro emocionada y la abrazo fuerte y la escucho, y escucho cómo me dice : Carmen.
Y todo tiene sentido y hablamos mientras contemplamos el sol blanco de enero que cubre de tonos fluorescentes nuestras almas.
3 comentarios:
Precioso...
Layla quizás no pueda hablar nunca, quizás no...pero al igual q tú las escuchas en sueños, al igual q tú, otros la escucharán, y ella a través de esos ojos llenos de ternura, de amor, de ilusión y brillo se comunicará con el mundo, ese mundo en el q cree, ese mundo q la espera, para construirlo para ella...
No le cuentes q quizás se encuentre tristezas, no le hables de amarguras...dile q a veces será duro, q tiene q ser fuerte, q tendrá q pelear, pero no dejes q su ilusión jamás se borre de esos ojos, no permitas q deje de creer en los sueños, en q todo es posible, en la magia y en esa luz de colores q entre las dos esa mañana de Enero creasteis...
Se lo q es sufrir desde pequeña...ella se comunicará con el mundo y será una mujer fuerte, eso es lo único q deve preocuparte...eso y q sea una niña feliz...
La sonrisa de un niño cambia el mundo, y el mundo en el q vivimos, créeme, se puede cambiar:)
Me ha encantado leerte.
Mil besos para las dos.
(Mi hija se llama Ariadna, tiene 4 años.)
Qué bonito, derrochas sensibilidad y emoción en tus escritos. Te volveré a leer siempre que pueda. Eres fantástica.
Un besote
Un texto muy dulce, me ha gustado. Quizás todos tenemos una Layla en nuestro interior que se resiste a creer que el mundo no vale una mierda, y es lo que nos mantiene firmes. Un beso.
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